Cómo nació la idea de libertad en Simón Bolívar

José Alberto Diez de Medina

En la niñez de Simón Bolívar, quien más influyó en su vida fue Simón Rodríguez, maestro, amigo y confidente; le enseñó todo cuanto un enciclopedista como él, pudo haberle dado.

Bolívar había cumplido 14 años, junto a su maestro Rodríguez, quien salió de América rumbo a Europa; le gustaba viajar, volviendo mucho más tarde a Venezuela. Mientras tanto Bolívar pasados los años también llegó a Europa, llevaba una vida de dandi ante las cortes, rico, arrogante y noble; esa vida parecía predestinada a ser malgastada, con ardiente pasión sibarita y sensual, en los salones de la aristocracia y en brazos del amor.

Apasionadamente amó a Teresita del Toro, tuvo una fugaz luna de miel, la muerte de la amada esposa y la nostalgia; mas el intenso dolor por esa desaparición convirtió a Bolívar en un despreocupado y escéptico, que en su desesperación y su infinita congoja buscó a su maestro, y allá cerca del Danubio, en Viena, se reencontraron maestro y discípulo. Bolívar buscaba a su amigo, confidente, maestro y a quien administró sus bienes, restando importancia a este hecho.

Bolívar buscaba refugio, consuelo y generoso consejo, una palabra de emoción, una persuasiva voz, que quizá predestinaría el camino de la gloria y de la inmortalidad, añadiéndose una salud quebrantada por los excesos y un mar de amores que había aniquilado su alma; necesitaba un estímulo.

Bolívar había disipado y consumido su juventud en brazos del amor y el vino, rodó su vida por los salones sin ningún sentido, derrochó dinero, gracia, agilidad y se le fue su última quimera, su amor por Teresa; entonces vino la depresión y la abulia, y el mal fue consumiéndolo, todo había acabado con Teresa, y en su obsesión creyó también perdida su fortuna.

Esta situación fue contada por Bolívar a su prima Fanny de Villars, en una carta que refleja todo su pesar, pidió un auxilio moral, que recibió al encontrarse con Rodríguez, el maestro, de quien recibió afecto, cariño, consejo y consideración.

Decía Bolívar, “sin medios de ejecución nada se alcanza, y lejos de ser rico, soy pobre y estoy enfermo y abatido, ¡ah! Rodríguez, prefiero morir”. Simón Rodríguez quedó perplejo, parecía que no sabía qué partido tomar, en un momento levantó los ojos al cielo, exclamando con voz inspirada: “estamos salvados”, y en seguida se acercó a Bolívar y con un acento afectuoso le dijo: “mi amigo, ¿si tú fueras rico consentirías en vivir?”.

Respondió: “sí”.

“¡Ah, exclamó él, ¡entonces estamos salvados! ¿El oro sirve para alguna cosa? Pues bien: Simón Bolívar sois rico, tenéis actualmente cuatro millones”.

Efectivamente, Rodríguez que había vivido en la estrechez económica, que había llevado una vida modesta al administrar los bienes de su discípulo, no sólo había cuidado escrupulosamente su hacienda, sino que la había acrecentado en más de una tercera parte, y al comunicarle de súbito los caudales que poseía, quiso darle el último recurso de vida para salvar aquella existencia de abrumador pesimismo.

No hay duda, el maestro quería hacer de su discípulo algo grande. Y dijo: hacia el occidente se extiende un mundo de dilatadas llanuras y altas cumbres, de pródigas tierras y cielo azul; pero en ese mundo los hombres necesitan la redención de los pueblos libres.

“Tú, Bolívar generoso y noble, grande y rico sois el llamado para tan grande hazaña, pues si la gloria de las ciencias no te satisfacen, la gloria de la libertad tendrá para vos un laurel. Eres rico, inmensamente rico para tal empresa. Tenéis actualmente cuatro millones”.

Simón Rodríguez le inyectó nueva vitalidad, y así las palabras del maestro acabaron con el mal, venciendo esa abulia con el generoso impulso y con la elocuencia de la palabra convincente, le señaló un mundo, le dio la ambición de la verdadera gloria, le dio la mejor lección, consagrándolo y predestinándolo a ser caballero de la gloria y de la libertad.

En aquel altillo de la capital austriaca nació aquella noche la idea de la libertad de América.

Más tarde, Roma sería el escenario de un solemne juramento, el Aventino, monte sacro de las libertades romanas, sería principio de la acción de la libertad de un mundo, mudo testigo de la solemne promesa hecha por el futuro Libertador a Dios y a su maestro.

Sociedad Bolivariana de Bolivia.

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