[Juan Carlos Tapia]

Populismo y demagogia


En nuestra historia encontramos numerosos caudillos políticos que respondieron con lógica contraria a la democracia, porque ocultos intereses generan movimientos sectoriales o masas complejas y heterogéneas, por medio de la fuerza y acción combativa, en intentos de cambios socio políticos reivindicatorios, hasta llegar a la toma del poder político del país. Las arremetidas “populistas” emergen con ímpetu y fuerza hacia los extremos, donde se impone el cinismo del enemigo.

En el caso actual, en los fines del populismo está la destrucción del enemigo político, generando aversión y odio hacia las clases medias, grupos económicos, intelectuales y profesionales, y rechazando al mismo tiempo la política tradicional y sus métodos, por una tendencia hacia el totalitarismo.

La expresión política populista entraña dos posiciones que transitan de lo “positivo” a lo “negativo”, iniciándose desde la presentación de la agenda y esquema de gobierno, con el apoyo y representación plural de la sociedad, un andar del proceso que sufre un cambio de la realidad política, cuando es el pueblo el que reemplaza a las masas.

Un movimiento popular en medio de la represión y violencia intenta imponer ideologías políticas que gradualmente degradan la democracia, como praxis socialista, quemando etapas para justificar su permanencia en el proceso, debilitando la institucionalidad, en camino al autoritarismo, con acumulación de errores y desaciertos que polarizan y deterioran el espacio público de la sociedad “pluralista”, tornándose ésta en sociedad de masas.

Este fenómeno social, impulsado por su ideología marxista, se sirve de los miedos y aspiraciones de las masas marginadas y menos pudientes, como la etnia aymara sometida al designio partidista, con derechos políticos antes que sociales, a cambio de su inmersión en el proceso. Al sangrar viejas heridas despiertan odios, rencores y una recrudecida discriminación y racismo de efectos invertidos. Se observa prebendalismo de las masas populares en el Gobierno, con adulación ciega, otorgando al gobernante un sentido individualista, como “dueño de la verdad”, que al recoger la capacidad distributiva de los recursos, en un denso nacionalismo anti neoliberal, estatista, no puede librarse de la oferta y demanda del capitalismo y la influencia del DS 21.060.

En esa inflexión la “demagogia” se intercala con el “populismo”, siendo difícil separarlos, aun siendo opuestos e interdependientes, pues uno es la deformación y causa del otro y viceversa. Las posiciones políticas son antecedidas por el discurso demagógico virulento, ambiguo, incoherente, de argumentos y promesas de los que ellos mismos conocen su falsedad. Es un corolario de gestión política priorizada, cuyas contradicciones, incongruencias e improvisaciones le restaron transparencia y buena fe, afectando a los mismos sectores privilegiados del esquema, y a los intereses nacionales.

La convergencia entre demagogia y radicalismo ha significado en la historia el fracaso socialista, un “populismo” amalgamado de estos males, que socavan la permanencia de la democracia y el desarrollo nacional. La quiebra de la institucionalidad ha permitido vulnerar su propia Constitución Política, los derechos humanos y el respeto ciudadano; confronta, divide y crea grandes conflictos, minimizando al k´ara, lo margina del contexto, se dice una cosa y luego se hace otra, tratando de legitimar políticas y acciones erráticas. La oclocracia como gobierno del gentío se torna en voluntad viciada, irracional y carente de capacidad de autogobierno.

Según Aristóteles, “cuando un gobierno popular pone las leyes a disposición de las masas, abre el camino a la demagogia falsa y aduladora del pueblo”, o como dice Polibio, “es la tiranía de las mayorías corrompidas por la demagogia, y es el último estado de degeneración del poder”.

Pero no todo es malo, hay medidas políticas ponderables, que después de tan escabrosa gestión surgen en el sexto año de gobierno y aparentemente en dirección a una meta más adecuada y real, marcando la diferencia de ese populismo detractor de la democracia que anula la conciencia y la unidad nacional, en detrimento de los intereses del país. De aquí la importancia de comprender nuestro pasado histórico, para evitar que seamos victimas de los mismos errores.

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