La mala costumbre de hacer pedidos al exterior, a países productores de determinada maquinaria o mercadería, prácticamente a ciegas y tan sólo confiados en la “buena fe”, ha dado un nuevo ejemplo a nuestro país: el Ministerio de Defensa habría encargado a una empresa coreana que fabrique barcazas y remolcadores para un trabajo en el río Tamengo; se habría pagado 25 millones de dólares (que el país se jacta de tenerlos y en verdad no los tiene porque lo conseguido hasta ahora, implica muchos sacrificios así hayan salido por precios altos de materias primas sin que nosotros las hubiésemos producido por malas decisiones político-partidistas).
Hasta ahora, todo muestra que dichas barcazas habrían sido “desviadas a la China” y, de ahí, tomado rumbos que nadie conoce. Eso sí, hechos los reclamos a la supuesta empresa fabricante o proveedora, se ha descubierto que no existe. Una vez más, la tomadura de pelo a un país que cree en la buena fe y aún, pese a las experiencias, no sabe hacer negocios porque no cuenta ni con la experiencia ni con el personal capacitado para ello.
¿Qué hacer ante estas situaciones que denotan no sólo ignorancia para hacer negocios sino irresponsabilidad y falta de conciencia para haber caído en las garras (no manos) de quienes saben que pueden estafar a un país pobre y subdesarrollado?
Hasta ahora, que se sepa, las informaciones de las autoridades pertinentes, nada dicen o, si lo hacen, es para crearle más complicaciones y dudas al asunto. Así los casos debidos a nuestra “inocencia” se los podría contar, como el de Papelbol, fábricas de cartones, plantas de industrialización del gas que son ofrecidas, etc., etc. y tantas ilusiones que, de contarlas, sería de nunca acabar.
Es grave, muy grave, cuando se maneja negocios de importación, exportación o ventas sin saber de la materia; mucho más delicadas aquellas “establecidas” en países ricos o en los que están en vías de salir de la pobreza extrema, como es el caso de China. La “palabra empeñada” no sirve sino está acompañada con las respectivas boletas de garantía, los seguros de cumplimiento, la verificación de la calidad y cantidad del producto pedido, de cumplimiento en fechas de embarque hasta puertos y, finalmente su entrega en Bolivia. Parece que en el “cuento chino” de las barcazas nada se cumplió.
Nuestro país o, mejor, nuestro Gobierno, seguramente por “ahorrar” unos pesos no contrata a gente especializada, profesionales de primer nivel, ni toma los recaudos precisos y necesarios para evitarnos estafas y otras trampas en las que se nos hace caer. Esos ahorros no sirven; por el contrario, son contraproducentes, ajenos a la más simple economía, extraños a toda norma de prudencia y seguridad. En cambio, se gasta dinero a “manos llenas” en lo que no le importa al país ni tiene necesidad alguna para la colectividad; en otras palabras, compras que, a muy poco, estarán obsoletas o en talleres de reparación de países que, igual, podrían también “meternos gatos por liebres”.
Un mínimo de prudencia, preparación de las autoridades encargadas de “entablar negocios” y un máximo de consultar, preguntar, contratar si es necesario a personal especializado, podría habernos librado de hechos que atentan gravemente contra nuestra economía y nos hacen más pobres de lo que somos.
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