[Santiago Berrios]

Lo que no debemos callar

¿Treinta años de democracia?


Escuché a oficialistas y opositores referirse a la democracia, pero no han sido honestos para reconocer la ausencia de las bondades del sistema democrático en nuestro país, por lo que toco este tema.

La DEMOCRACIA ya fue aplicada en la Grecia de Pericles, allá por el Siglo V antes de Cristo y consistía en una suerte de asamblea popular de consulta al pueblo para la toma de decisiones. Con el transcurso del tiempo ha cobrado una fuerte carga emotiva, como especificó Abraham Lincoln en su famosa definición: “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, y sobre todo tiene una compleja conjunción de matices descriptivos y normativos.

Desde hace dos siglos la democracia se ha convertido en una de grandes palabras como libertad, justicia, paz, liberación, identidad, etc., que se enarbola como estandartes de lucha y que no se puede someterlas a crítica sin cometer sacrilegio. Creo, por el contrario, que el análisis crítico es la manera más efectiva de compensar la extrema fragilidad de esas grandes aspiraciones humanas. En el caso de la “democracia”, es parte constitutiva de la compleja comprensión de ese concepto.

Es fácil comprender que las dificultades semánticas de democracia son mayores que las de justificación. Ya es clásica, por de pronto, la distinción de dos significados, que aluden también a dos puntos de vista: el social y el político.

En el primer sentido la “democracia” es un ideal social, un modelo de organización en el que todos los miembros de la sociedad se consideran iguales y gozan de libertad. Esto significa que la democracia posee dos elementos fundamentales: LIBERTAD e IGUALDAD. Son como dos columnas que la soportan. Si no hay libertad ni igualdad, simultáneamente, no hay democracia. Este modelo presenta variantes que dependen de la proporción que se asigne a la igualdad y a la libertad.

En todo caso, se sabe que es un ideal que nunca se cumple totalmente en la realidad. A lo sumo es posible intentar aproximaciones al modelo, que cobra así carácter de “idea regulativa”; democrático es entonces todo lo regulado en esa dirección.

En el segundo sentido, democracia es una forma real de gobierno, un tipo de constitución u organización política que implica sobre todo la participación de los ciudadanos en el gobierno de un Estado. Así escuetamente formulado, se trata de un concepto técnico, acerca del cual no presenta mucho interés la problemática de la justificación.

Para comprender cómo se ha de justificar la democracia así entendida, es menester un análisis previo, que nos muestre cuáles rasgos están implícitos en una forma de organización política basada en el principio de la búsqueda de consenso. Existen, a mi juicio, tres rasgos fundamentales, igualmente exigibles y necesarios, pero ninguno por sí solo suficiente para que se pueda hablar de democracia: 1) sufragio universal, 2) defensa efectiva de los derechos humanos, y 3) conciencia de conflictividad.

Los dos primeros requisitos, aunque de base moral, tienen que ser también jurídicos, constitucionales. El tercero, aunque no se lo puede formular en una prescripción jurídica, es eminentemente moral, y se lo debe tener en cuenta a la par de los otros dos en cualquier demostración justificativa.

Es cierto que la democracia sería la organización política basada en el principio ético que exige la búsqueda de consenso, así como el control democrático. La democracia, en consecuencia, sería la apertura al diálogo y a la crítica, aspectos que se debe tener muy en cuenta.

Una de las cosas aludidas con “democracia” es precisamente la posibilidad de que todo se lo pueda cuestionar y poner en discusión. Donde este derecho no exista se cercena la democracia, se la aniquila, por más participación que se otorgue a los ciudadanos en los asuntos del Estado.

Como la anterior República de Bolivia ha estado sumergida permanentemente en el modelo del autoritarismo y la dictadura, desde hace 30 años se dice que hemos recuperado ese “ideal democrático” y la justificación consistiría entonces en la demostración del grado de adecuación entre los sucesivos gobiernos y dicho modelo. Pero continuaría abierta la cuestión de cómo se justifica ese “modelo”.

Ahora bien, ¿estaremos en condiciones de afirmar que han sido treinta años de DEMOCRACIA? La palabra la tienen los políticos del pasado y del presente, que permanentemente han utilizado el mensaje de democracia, considerando solamente al voto popular como la democracia en sí y para sí, cuando ello no es cierto, como demostramos doctrinalmente en esta nota. ¿No estaremos frente a una democracia frustrada?

(El ejercicio del poder corrompe y su sometimiento degrada).

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