Cada uno de nosotros nace con una habilidad particular que la va desarrollando a lo largo de la vida. Algunos seres tienen más de una habilidad, son hombres carismáticos dicen algunos, dotados de un don especial dicen otros.
A Gregorio Iriarte, hombre dotado de muchas especialidades y consagrado a Dios, a través del sacerdocio, lo seguí como educador, como pedagogo entusiasmado por sus ideas y dedicado a la comunicación, porque así se dieron las cosas para él. Podía haber sido futbolista, pintor o albañil y seguramente se habría destacado en cada una de esas facetas, porque a cada una de sus tareas le agregaba una dosis de consagración.
Enamorado de transmitir ideas a través de la educación, un día se enteró del proyecto educativo Sutatenza en Colombia, que consistía en enseñar a través de cartillas las bases del lenguaje y la matemática. Cada fin de semana, los colombianos pobres y muchos analfabetos sintonizaban esa radio. El monitor ayudaba al grupo que se reunía en la parroquia, el colegio o la sede social de alguna entidad para orientar el manejo de la cartilla. Iriarte se encandiló con este tipo de educación y aplicó parte de este sistema en Escuelas Radiofónicas de Bolivia, hoy Erbol.
Años más tarde editó su libro “Análisis Crítico de la Realidad”, utilizado en muchos centros educativos y fue enorme mi sorpresa cuando un día accedió a hablar a las jóvenes estudiantes de un colegio para explicar el contenido del libro.
Seguidor de Paulo Freire, influyente educador que creía más en los procesos de reivindicación social que en la parte educativa, adaptó para sí los términos como educación bancaria, concientización y educación liberadora. El afán de don Gregorio no era enseñar conceptos, sino juzgar a través de los conceptos, no quería hombres que recibieran conocimientos, sino seres que se liberen de las ataduras sociales gracias a la interiorización de esos conceptos.
“Niñas, hemos venido a este mundo para ser libres, hemos venido a desarrollarnos, debemos quitarnos las cadenas de los educadores que nos someten”, les dijo a mis ocasionales alumnas, que pronto quedaron cautivadas por estos conceptos.
Don Gregorio a quien años después lo encontré en los afanes de la comunicación, siempre tenía tiempo para dialogar, para escuchar al otro, pero tenía una debilidad: enseñar, transmitir lo que acaudaló en vida; parece que no se guardó nada, porque entendió muy bien el voto de pobreza, que no era otra cosa que dar todo lo que tenía, es que había nacido para enseñar.
El autor es editor general de EL DIARIO.
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