Si bien es indudable que los bolivianos deseaban democracia luego de los largos años de dictaduras militares y que ahora el pueblo, 30 años después, sigue persistiendo en vivir en un estado de derecho, celebrar tres décadas de democracia es una mentira. 30 años de concurrir a las urnas es una cosa, pero si se trata de vida rigurosamente institucional es otra.
El país lo sabe, y lo repetimos: don Hernán Siles Zuazo, el primer mandatario en estos 30 años que se festeja tuvo que marcharse del palacio antes de cumplir tres años de administración. Un golpe parlamentario propiciado por el MNR, ADN y el resto de la oposición, hizo que esa mala gestión, entrampada en conflictos laborales y una hiperinflación única, tuviera que concluir abruptamente. Aunque se convocara a elecciones presidenciales, quedó incompleta la primera gestión de esta nueva etapa constitucional que se conmemora con tanto alborozo.
Paz Estenssoro, Paz Zamora, Sánchez de Lozada, cumplieron sus períodos legales y parecía que la democracia se consolidaba en Bolivia. Oficialistas y opositores, pese a su encono, se pusieron de acuerdo en temas constitucionales que fueron vitales para la nación. El general Banzer, personalidad clave de esos días, vio truncado su gobierno -el quinto desde 1982- por una infeliz enfermedad que lo obligó a renunciar y que nada tuvo que ver con atropello alguno a la constitucionalidad. Asumió el mando su Vicepresidente, Jorge Quiroga, hasta completar la gestión.
Con problemas sociales graves, amotinamientos, insurgencias indígenas, crisis económica mundial y el inicio de los infaustos bloqueos que lideraba Evo Morales, llegó Sánchez de Lozada a su segundo mandato en agosto del 2002. Habían transcurrido 20 años de una democracia que estaba acosada por todos lados, sin credibilidad, y sin ideas para responder a los desmanes que producían quienes, desde la calle, buscaban el poder a cualquier costo. Pero todavía se respetaba la alternabilidad en el gobierno. Hasta ahí se podría decir que duró el último período democrático, porque desde el 2002 en adelante todo fue un caos.
A Sánchez de Lozada lo derrocó no una poblada furiosa, solamente; no los 60 muertos que se produjeron en La Paz y alrededores; lo tumbaron quienes montaron una conspiración para relevarlo del mando. Es una verdad que no se quiere reconocer. Su vicepresidente, Carlos Mesa, fue testigo de excepción y como historiador sabe sin duda cómo se fue tejiendo una siniestra conjura donde participaron dirigentes de los movimientos sociales, la COB, organizaciones no gubernamentales, defensoría del pueblo, asociaciones de derechos humanos, que, para colmo, se arroparon bajo el manto de la Iglesia. Entre los golpistas estuvieron muchos de los actuales gobernantes, los más conspicuos, aquellos que blasfeman hoy contra el neoliberalismo y la “democracia pactada” y que, con descaro, impulsan una democracia popular, de corte estalinista, donde reina el partido único.
Carlos Mesa sucedió a Sánchez de Lozada en una fiesta con olor a multitudes en la plaza San Francisco. Se abrazó y hasta se revolcó por el suelo con los vencedores de Octubre. Pero ni el cocalero Morales ni el Mallku ni de la Cruz ni los Ponchos Rojos ni la confederación de campesinos ni las futuras “bartolinas” se iban a quedar en los umbrales del Palacio. Pensar en eso era una ingenuidad. La democracia formal se había terminado con la fuga de Sánchez de Lozada; ahora se encumbraba la democracia chola, a caballo sobre los hombros indígenas o en nombre de ellos.
Mesa estuvo menos de dos años en el poder, pero por entonces la democracia era sólo un marbete para la exportación. Los movimientos populistas y de izquierda y un Parlamento indeciso hicieron que el ex - vicepresidente de Goni renunciara en junio del 2005, antes de que se cumpliera el plazo legal que era agosto del año siguiente. El mando de la nación no lo entregó Mesa al presidente de los Senadores, Hormando Vaca Díez, ni de los Diputados, Mario Cossío, como se debió hacer constitucionalmente, sino al presidente de la Corte Suprema de Justicia, Eduardo Rodríguez Veltzé.
La mesa quedó servida para que Evo Morales triunfara con holgura en diciembre del 2005 y se impusiera un nuevo estilo de gobierno, con un inédito Estado Plurinacional, que es el que soportamos en estos días. Morales se adueñó de una nación acobardada y luego de siete años en el poder, vela sus armas, sin ningún empacho, para una re-reelección que nada tiene que ver con los principios democráticos.
No cabía, entonces, festejar 30 años de democracia, el 10 de octubre pasado, porque no los hubo, aunque a algunos les conviene aplaudir la mentira. La democracia ya había sido violada y hecha flecos, como en la guerra. A los bolivianos nos gusta, empero, festejar aniversarios; si de eso se trata, pues ni modo, celebremos. Cuatro ex mandatarios asistieron a un acto recordatorio de la fecha en el Concejo Municipal de La Paz y lo más destacado fue lo que dijo Jaime Paz Zamora, en sentido de que la reunión tuvo un tufillo a clandestinidad.
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