Merecían brillar, pero fueron eclipsados
Brillaron con luces propias, pero no tanto como debieron o merecían. El destino se ensañó con ellos, porque llegaron a clubes en los que otros los eclipsaron. Johnny Villarroel fue un enganche de los mejores e inclusive, marcó algunos goles de gran factura, inolvidables, pero el destino le deparó jugar junto a uno de los últimos grandes ídolos del club The Strongest, Sergio Óscar Luna, capitán, caudillo y símbolo de los atigrados.
Así, el cochabambino, que en otras circunstancias hubiera estado llamado a liderar al conjunto aurinegro, debió conformarse con el rol de escudero de lujo, máxime si se toma en cuenta que en 1993, cuando los atigrados se coronaron campeones nacionales, Milton Melgar ocupó la plaza de medio centro junto con Pastor Aramayo y el mencionado Luna, por lo que Villarroel fue un obrero de lujo cuando estaba llamado a ser un capataz.
El caso de Francisco Takeo es parecido. Llegó a Bolívar, cuando Carlos Ángel López rutilaba desde la constelación de estrellas que tenía la Academia y cuando el genial Zurdo dejaba su plaza, otro argentino de pie y gran visión de juego lo suplía: Daniel Hernández. Takeo buscó otros rumbos cuando a Bolívar llegó Erwin Sánchez.
Surgido de la primera generación de Tahuichi Aguilera, Takeo era un elegante, fino y muy inteligente volante, que cuando jugaba jamás decepcionaba.
Parecido es el caso de otro de sus compañeros de equipo. Berthy Vaca. De las filas de la gloriosa academia cruceña pasó a The Strongest, cuando en 1984, era un equipo en crisis y carecía de jugadores de jerarquía y al pasar a Blooming, encontró a Ángel Guillermo Hoyos, primero, y Víctor Hugo Andrada, después.
Cuando encontró su espacio como titular, en San José, el equipo orureño descendió y, para colmo, fue él quien falló el penal decisivo ante Mariscal Braun en La Paz.
Un joven jugador formado en la cancha Zapata, Óscar Guzmán, que terminó su aprendizaje en la Academia del Balompié Boliviano (ABB), brilló en el Tigre de 1993, pero por delante tenía a Villarroel y Luna. Casi nada y cuando, tentado por mejores perspectivas económicas, se fue a San José comenzó un lento declive, que hizo crisis, cuando fue uno de los primeros jugadores en arrojar positivo en un control antidopaje, en un caso que nunca fue aclarado y que terminó con una promisoria carrera futbolística.
Hubo algunos de gloria efímera y víctimas de las pocas oportunidades que el fútbol boliviano suele ofrecer a los jóvenes bolivianos. El pandino Elías Galdos Pastor encandiló a los aficionados con sus endiabladas gambetas, el único año en el que se produjo una real interrelación entre Liga y asociaciones, a principios de 1980, pero en torneo correspondiente a 1979.
Fue cuando 31 de Octubre, el campeón paceño, enfrentó a The Strongest y Bolívar, que lo contrató para el torneo de 1981. Sin embargo, en un partido del torneo de 1982, recibió un terrible pisotón en el rostro y acabó su carrera.
Darwin Cuéllar, uno de los más talentosos juveniles surgidos de la cantera del club Bolívar, nunca pudo consolidarse ni en la Academia ni en Iberoamericana, y al confrontar algunos problemas disciplinarios, fue sancionado. Una convocatoria a la selección no impidió que se fuera a España en busca de un futuro mejor.
Un caso dramático fue el de Rolando Pino, hábil como pocos, quien jugó algunos partidos en el Always Ready de 1991, cuando estuvo en la Liga, quitarle el balón era una proeza, pero un terrible accidente motociclístico puso fin a su vida. Fue en Tarija, en 1995.
Son algunos ejemplos. Sus condiciones les hacían merecedores a brillo, fama y reconocimiento y casi quedaron en el anonimato.
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