Menudencias
Juan León C.
Más allá del triunfo frente a Uruguay, que cayó como bálsamo tras la desazón que provocó el empate con Perú, el fútbol dio esta semana una bonita lección y un argumento diferente de reflexión. No por lo bien o mal que jugó la selección, sino por las reacciones tan comunes en el ser humano que se mueven en torno a una pelota.
El partido ante Uruguay puso en juego, por ejemplo, la soberbia que caracteriza a mucha gente cuando comenta o juzga a los rivales. No sólo en el deporte, claro. En todas las actividades de la vida. Y del pecado no estamos libres los de adentro, ciertamente. Además, no es sólo cuestión de actitud ajena. Es también consecuencia de estupidez propia, la mayoría de las veces. Esa que nos hace sentir vergüenza ajena y contribuye a que los otros nos miren por encima del hombro.
El tema vino a propósito de un artículo publicado en un diario de Montevideo en el que un comentarista deportivo escribió antes del partido que el equipo boliviano “conformado íntegramente por jugadores ‘de altura’, que actúan en el pobre fútbol de cabotaje, termina siendo un equipo con poco vuelo, chato…”.
Más allá de lo que dijo el comentarista de marras y el hecho deportivo, donde crítica y elogio tienen vida corta, igual que triunfalismo o decepción, la reflexión tiene que ver con esa faceta de la conducta humana tan proclive a despreciar méritos, capacidades, derechos y realidades de otras gentes a las que la soberbia considera o cree inferiores o menos importantes que uno mismo. Y que se da sobre todo cuando el triunfo, ya sea político, económico o deportivo, que es siempre circunstancial, se cree consecuencia de un logro individual, ajeno al contexto y a la realidad que lo posibilitó.
Es en esa circunstancia en que El Supremo, con méritos por formación, o no, con autoridad moral, ética o intelectual, o no, asume el derecho de juzgar lo que está bien o mal y sobre todo de interpretar los hechos según sus propias necesidades, sus aspiraciones o su propia realidad, por el simple hecho de tener algún nivel de poder.
En política, el pecado de la soberbia tiene que ver con el desarrollo de la autoconciencia individual como ente único y separado del ambiente en el que se vive. Esa es característica que aprovechan los entornos para lograr también algún grado de poder. Y los obsecuentes, para preservar sus privilegios.
Será interesante conocer lo que dijo el comentarista uruguayo para explicar por qué su equipo perdió como perdió ante otro “con poco vuelo, chato”. Aunque es fácil suponerlo. Habrá culpado a la altura.
Son argumentos del mediocre que culpa a factores ajenos o atribuye a otros los errores propios cuando la realidad se impone, como ocurre siempre, tarde o temprano.
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