Brasil, desde que asumió la presidencia el señor Fernando Henrique Cardoso y, luego con el gobierno de Luiz Inácio Lula Da Silva y, ahora, con la señora Dilma Rouseff, muestra lo que un país sudamericano debería ser. El Brasil se ha convertido en la sexta economía mundial, está en vísperas de ingresar al Primer Mundo y tiene la capacidad de competir con las mayores potencias como son los Estados Unidos, China, Rusia, Canadá o cualquier otro país rico y desarrollado.
Políticas de amplia apertura al capital privado, de gran empuje para los brasileños que querían desarrollarse, producir y progresar han sido aplicadas con éxito hasta lograr que muchos de sus ciudadanos estén entre los más ricos del mundo. Brasil ha desarrollado una industria pesada que ningún otro le puede igualar y posee una industria de todo tipo que le permite autoabastecerse y exportar en grandes volúmenes. Sus reservas monetarias están entre las más grandes del mundo financiero y tiene asegurado un desarrollo armónico y sostenido.
Brasil ocupa sitiales preponderantes en la economía, en cuanto a los avances sociales -sin que hasta ahora haya vencido del todo a la pobreza y tiene aún graves problemas que, con seguridad, tratará de solucionarlos en el próximo decenio–; tiene los índices más bajos de desempleo y es uno de los más grandes productores de petróleo del mundo. En los niveles culturales está entre los más altos y ha conseguido, con fuertes inversiones, reducir altos índices de pobreza, mejorar su nivel de educación y hoy cuenta con moderna infraestructura para atender sus necesidades y, además, albergar a estudiantes de todo el mundo.
En el campo de la salud ha conseguido éxitos notables y son muchos sus ciudadanos que ocupan lugares meritorios en el campo de la ciencia y la medicina, al igual que en la investigación y producción de medicamentos. Tiene una política de relaciones exteriores que, en muchos aspectos, es envidia de todo el mundo y la institucionalidad ocupa lugar preponderante en sus políticas. Su bien organizada diplomacia respeta la institucionalidad y los cargos del servicio exterior están ocupados por personas y personajes de gran preparación y cultura, porque tienen que estar acordes con las políticas del Gobierno que cuida el prestigio nacional.
Atender los temas específicos del país como son la economía, la educación, la salud, la fortaleza cultural, la lucha contra la delincuencia y la preservación de la seguridad del pueblo han adquirido, especialmente con la señora Rouseff, lugar preponderante. Brasil es, pues, un ejemplo para el mundo pobre; es la muestra de lo que el ser humano con tesón, voluntad, conciencia de país y vocación de servicio puede conseguir en pro de los pueblos. Que hay demagogia y populismo en algunas de sus autoridades, ni duda cabe, pero el país, Brasil, está por encima de cualquier interés personal o sectario y ello lo reconocen los brasileños que viven convencidos de la urgencia de la unidad nacional y la intención de apoyar a los gobernantes que cumplan, con la mayor honestidad, sus deberes y obligaciones, aunque, como en toda latitud del mundo, la corrupción sigue latente; sin embargo lo conseguido hasta ahora hace que Brasil se convierta en el ejemplo para todos los países que buscan consolidar posiciones y mucho más para los que buscan abandonar la pobreza.
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