El miércoles 10 de octubre cumplimos treinta años de vivir en continua democracia; un tercio de siglo que nos ha mostrado las grandes ventajas que implican la libertad y el respeto a los derechos humanos, aunque con falencias muy grandes, pero que, con esperanza, se ha logrado superar. La democracia para un país que ha tenido que enfrentar diversas dictaduras, muchas de ellas con propensión a la tiranía, es más que suficiente para que las generaciones que han vivido bajo esos regímenes comprendan el valor de la libertad.
No siempre podemos sostener los beneficios de lo vivido porque las nuevas generaciones que hubo bajo el amparo de la democracia, no entienden ni pueden comprender lo que significa haber vivido -existido en muchos casos- bajo regímenes totalitarios o dictatoriales, donde se han impuesto caprichos, soberbias, petulancias y un accionar de quienes creyeron que, por tener poder, asumían la condición de ser dioses o, por lo menos, dueños de vidas y haciendas.
La historia muestra los diversos casos de gobiernos constitucionales y también los de facto. Leer lo ocurrido en ellos, aunque nunca con los detalles de los que se tiene vivencia personal, sirve para conocer los extremos y, también, lo mucho que pudieron haber hecho los regímenes legales y no lo hicieron, sea por incapacidad, desidia o nomeimportismo, porque no tomaron en serio que el poder es sinónimo de servicio y que servir al país es servir al pueblo, buscar su bienestar y conseguir los mejores medios y sistemas para que la felicidad sea de ellos y de sus siguientes generaciones; no hubo preocupación por buscar salidas a la pobreza, y en el marasmo de vivir resignados a lo poco que había pasó el tiempo.
Hoy, a treinta años de vida democrática, si bien podemos lamentar y quejarnos por los malos tiempos vividos en dictaduras, existe la experiencia y las consecuencias de que los gobiernos constitucionales no cumplieron con el país y tan sólo anunciando “procesos revolucionarios” con la pretensión de hacer grandes cambios, sin cambiar nada, han pasado por el poder sin pena ni gloria. Hay también la convicción de lo pasado y sufrido, por ejemplo con el sexenio del MNR, movimiento que conquistó un proceso revolucionario al que sus mismos integrantes se encargaron de debilitarlo y hasta prostituirlo, porque no hubo en la historia nacional un régimen que haya causado tanto daño al pueblo persiguiendo, violando los derechos humanos, privando de libertad a sus ocasionales rivales u opositores, creando campos de concentración y desterrando a miles de familias porque “no cabían donde estaban los dueños de la revolución”.
Son muchas, muchísimas las etapas vividas con gobiernos de facto; los legales o constitucionales poco hicieron por entender lo que eran y lo que debían hacer para enmendar, siquiera en parte, lo negativo de regímenes inconstitucionales. La pobreza campeó en el país como sigue hasta ahora. Hoy las esperanzas subsisten en cuanto a que, a treinta años, se empiece a cambiar, a practicar valores, a entender lo que es amar y servir al pueblo; lamentablemente, esas esperanzas son tan débiles que es el propio régimen imperante el que se encarga de debilitarlas mucho más. De todos modos, vivir en democracia es siempre mejor que vivir en cualquier dictadura, por “buena” que se califique.
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