La política boliviana es de extremos y por lo tanto su diplomacia no puede ser diferente, si se supone que la diplomacia refleja, en gran medida, el carácter de una nación. Bolivia y Chile tuvieron todo un lustro de relaciones cordiales, a partir de la asunción al mando de S.E. hasta que llegó el presidente Piñera a La Moneda, más o menos. Porque con la presidenta Bachelet hubo magníficas relaciones, con una nutrida agenda de trabajo que satisfacía plenamente a nuestros vecinos del Pacífico, por una razón: no se tocó ni por el forro el tema marítimo.
No importa que las nuevas adquisiciones diplomáticas que trajo bajo la manga el MAS y que ya se han hecho conocer, digan que estábamos a punto de alcanzar grandes logros en nuestro propósito de obtener una salida al mar, porque, en todo caso, si existía esa inminente solución, menos mal que no se produjo, ya que en cualquier arreglo hubiera estado ausente el concepto de soberanía. Es decir que el retroceso sería inaceptable para Bolivia y le hubiera costado la cabeza al gobierno.
Los chilenos saben muy bien cuáles han sido sus compromisos con Bolivia en el tema marítimo. Conocen bien que desde 1895, pasando por la proposición Kellog, las notas de 1950 negociadas por el embajador Ostria Gutiérrez, el propio memorándum Trucco, la negociación Banzer-Pinochet de 1975, la resolución de la OEA de 1983 acompañada por Chile, y varias conversaciones no oficiales de alto nivel, giraron siempre en torno a la entrega de un trecho de costa para Bolivia con soberanía.
Lo que mucho extraña es que luego del quinquenio bobo (2006-2011), cuando Bolivia se distrajo con fuegos artificiales, sin incomodar para nada a Chile con nuestro justo reclamo, se hubiera fracasado. Ahora, en vez de que la “confianza mutua” cristalizara en una generosa amistad, resulta que el gobierno chileno da un giro tan espectacular como el de S.E. el año pasado, desconociendo más de un siglo de su propia historia diplomática, para afirmar que la palabra “soberanía” no entra en el diccionario de las negociaciones con Bolivia. Eso liquida todo acercamiento.
Claro, no faltan patrioteros en Santiago que apoyan esa desatinada y chauvinista posición, y hasta un despistado candidato a Alcalde por Santiago, desesperado por votos, dice la tontera más grande: que Bolivia quiere un puerto para contrabandear cocaína al mundo. Como si Bolivia fuera centro del narcotráfico desde 1895, 1950, 1975 y en tantísimos intentos de solución en que se empeñaron nuestras dos repúblicas. La mala leche es tan grande que no merece mayor comentario.
El hecho es que la guerra verbal no nos conducirá a nada bueno y que se debe volver a la cordura. Chile, que hace gala de madurez y profesionalismo diplomático, no puede desconocer lo que durante más de un siglo sostuvo en cuanto a otorgar a Bolivia una salida al mar con soberanía. Y Bolivia debe entender que nada logrará de Chile si no existe una compensación. En las notas del 50 se determinaba que las eventuales compensaciones bolivianas no tendrían “carácter territorial”, pero estaba claro que las habría. ¿Y qué compensaciones podrían ser ésas? Agua, naturalmente. Lo malo es que Bolivia no tiene suficiente agua para compensar a Chile y muchas de las que tiene no las puede utilizar sin afectar al interés peruano.
En Charaña se habló de “aportes” bolivianos que no eran otra cosa que territorio. Es decir un canje simultáneo de territorios para que ambas naciones quedaran con igual extensión que no provocara descontento interno. Si la solución del corredor al norte de Arica se pudiera reanimar todavía, Chile quedaría con su misma extensión y zanjaría el dolor de cabeza que le provoca el reclamo boliviano y que se lo provocará hasta el final de sus días. Y Bolivia no perdería territorio y lograría una pequeña costa que la satisfaga.
Parece que otro camino no existe. Todas las elucubraciones que se puedan hacer sobre cómo llegar a un arreglo no corren. Bolivia es un país pobre -aunque los masistas digan lo contrario- y no podremos compensar a Chile con materias primas. Afirmar que Bolivia podría compensar a Chile con gas natural es como para reír. Y los primeros en reírse serían los chilenos porque saben perfectamente que eso no se cumpliría nunca, entre otras cosas porque nuestro gas no es tan abundante como creíamos o no ha sido debidamente explotado. Distinto es que el gas sirva como parte de una integración comercial, donde Chile pague por el gas que compre. Eso sí que es positivo y factible.
En suma, el actual gobierno chileno en vez de continuar empañando su amistad con Bolivia insistiendo en que no se hablará más de soberanía, debería hacer lo contrario y convencer a su opinión pública que lo mejor que puede suceder es acabar con los reclamos de Bolivia, convirtiéndola en su amiga, salvaguardando su propia extensión territorial. Bolivia, por su parte, tendría que hacer un trabajo más complejo: No divagar más, dejar de presentar fórmulas exóticas, y convencer de una vez a su población que el único medio que existe hoy es el canje porque no se perderá territorio y se logrará el objetivo de retornar al mar aunque sea modestamente.
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