En la historia de los últimos dos siglos, muchos países han conseguido que el mundo que los rodeaba les crea, confíe en ellos, los tenga por leales amigos y partidarios de la moral y las leyes. Al decir de Kung Tse (Confucio), “Un pueblo devuelve cariño y respeto en la misma o mayor proporción de la que él reciba”. La frase, expresada a los soberanos de China, fue debida a que se quería saber cuáles son las mejores maneras para conseguir el apoyo popular.
Efectivamente, la frase puede ser aplicada a cualquier Estado, instituciones o personas que quieran captar confianza en su moral y en sus actos. La misma historia muestra cómo gobernantes deshonestos y tiránicos en sus procedimientos con sus pueblos o propensos a la corrupción y a violentar las leyes, han recibido la condena mundial y, además, han perdido el respeto y credibilidad, especialmente ante organismos internacionales.
La máxima de Confucio puede aplicarse a la vida de cualquier persona, régimen o pueblo donde el reinado de la anarquía es parte de la vida. Y son los pueblos los que sufren las consecuencias de los sufrimientos impuestos -aquí, de lejos, cabe el caso de Somalia, donde nada se puede normar y la injusticia y la violación a los derechos atentan permanentemente contra la población-.
Muchas veces, las expresiones o simples palabras proferidas por cualquier persona que posee poder, son motivo para que la comunidad a la que se dirige, desconfíe, dude y hasta actúe con reticencias cuando tiene que hablar o tratar asuntos generales. Esto ocurre con los países que no se rigen según normas internacionales en sus tratos y mucho más con los que despiertan susceptibilidades en sus pueblos.
El mundo del capital, de las transferencias tecnológicas y hasta el de formación académica en universidades, actúa con mucho tacto cuando se habla de negocios y acuerdos, sean económicos, culturales o de cualquier índole. La sindéresis y la prudencia en las palabras y en los hechos es parte fundamental de cualquier político que busque resultados favorables para lo que pretende o busca.
No son las palabras rimbombantes o las poses de soberbia las que consiguen buenos resultados porque los tiempos de la imposición, del orgullo y la petulancia han pasado; hoy, pese a lo que se crea, todo ha cambiado y son el diálogo y la concertación los que permiten arribar a soluciones.
Vivimos tiempos en los que predominan la desconfianza, la poca fe en las simples promesas y las que obligan a creer en las amenazas para derribar determinados sistemas. Así se pretende llegar a resultados concretos. Felizmente, para todos esos propugnadores de la violencia verbal o de las amenazas populistas y demagógicas, cada país -y mucho más los del mundo rico y desarrollado- sabe a qué atenerse, qué creer, cuánto ampliar sus políticas de comprensión hacia países y organizaciones donde las fauces de la desconfianza tienen tintes diferentes a los del pasado y que, pese a todo, siguen teniendo influencia en los ámbitos de decisión.
Y es que esas ansias de oponerse a todo, sembrar recelo, dudas y hasta endilgar delitos, resultan armas importantes para el logro de sus objetivos. Por todo ello, es preciso que la cautela, el respeto y las dotes de prudencia sean compañeras permanentes de quienes tomen a su cargo negociaciones o tratativas en pos de objetivos que deben ser claros y concretos.
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