Peligrosa división que lastima al país

Los países catalogados por su desarrollo y progreso como del Primer Mundo han tomado a la unidad como principio del que nacen las demás condiciones para alcanzar lo que lograron. Lo conseguido por ellos no estuvo librado al azar ni fue efecto de la casualidad o de la tenencia de dinero; radicó, especialmente, en el sentido de unidad que tuvieron para crear riqueza, generar empleo, sobre la base de la educación y la formación de valores de sus comunidades.

El caso más patético de toda la historia de los Estados Unidos, por ejemplo, radica en que se llegó a conformar una población totalmente heterogénea, proveniente de diversas partes del mundo, con idiomas, culturas, costumbres e idiosincrasias totalmente diferentes; muchísimos de esos pobladores eran analfabetos y concluían en muchas de sus reuniones con que era urgente alcanzar la educación no sólo para sus hijos sino para ellos mismos. Esta toma de conciencia les permitió acabar con la mayoría de sus complejos y taras que trajeron al nuevo territorio.

Los mismos pueblos indígenas que poblaban el continente norteamericano eran muy diversos, tribus con diversos idiomas, culturas y hasta sentimientos religiosos que, en su momento, determinaron el estallido de conflictos tribales que causaron la imposición de unos sobre otros; pero la llegada de los contingentes blancos provenientes de lejanas tierras y portadores de muchos adelantos de la civilización europea, China, Japón y otros sitios, les hizo ver que ellos podían absorber parte de esa cultura, pero manteniendo su unidad. La superioridad numérica de los blancos determinó que, finalmente, las tribus llamadas de pieles rojas se sometan a la rectoría de los blancos. Todo ello ocurrió en lo que es el territorio de los Estados Unidos, Canadá y parte de México.

Para los países latinoamericanos fue más difícil la unidad de razas, culturas, religiones y otros; pero, finalmente, se logró conformar naciones que forjaron países que hoy tienen vida independiente. Sin embargo, en muchos casos no ocurrió lo mismo porque no se tomó conciencia cabal de lo que es unidad, de encarar conjuntamente todos los desafíos para alcanzar índices de desarrollo y progreso.

En el caso nuestro, no obstante haberse logrado la independencia del yugo español el año 1825, ya con la República no se pudo alcanzar la cima de la unidad y surgieron los grupos de naciones como aymaras, quechuas, ayoreos, guaraníes y otras etnias que, según las estadísticas, suman treinta y seis. Este conjunto, hoy parte de un país que es Bolivia, aún no logra entender que la unidad entre todos permitirá obtener desarrollo y progreso.

El grave problema radica en que, especialmente por razones y conveniencias político-partidistas, la desunión ha sido una especie de causa de egocentrismos que han derivado en la toma de varias rutas, hasta en lo económico y cultural; la división de clases, razas, culturas y sentimientos más de nación que de país ha dificultado que el Estado, el conjunto de todo el territorio, avance por los mismos caminos. A todo esto se añade que las mismas incitaciones o presiones partidistas provocan división, porque “el partido” en el gobierno con sus procedimientos así lo determina.

Estos procedimientos son peligrosos y contrarios a lo que todo el Estado requiere: unidad, solidaridad, hermandad y práctica de caridad entre todos; para ello, las autoridades deberían jugar papel decisivo; pero no ocurre así porque siempre se califica peyorativamente a quienes buscan que se entienda que todos somos hijos de la misma Patria.