[José Alberto Diez de Medina]

El Gral. Pedro Antonio Olañeta, último baluarte realista


Pedro Antonio Olañeta muy jovencito dejó España, llegando a la América en pos de riqueza y aventura; sus parientes más cercanos vivían en la pequeña ciudad de San Salvador de Jujuy, era octubre de l789.

Alto, atlético y musculoso, Pedro Antonio fue recibido por sus tíos, gente adinerada de Salta, obteniendo trabajo de inmediato.

Salta era en esa época el centro productor y comercial más importante del norte argentino, tanto en relación con las provincias del Río de La Plata, como con el Alto Perú.

En esas condiciones Pedro Antonio llegó a contar en poco tiempo con una importante estancia ganadera y agrícola, que despachaba ganado y productos agrícolas al Alto Perú, obteniendo importantes ganancias por la permuta con plata del Cerro Rico.

Estas subidas a las provincias del Alto Perú las comandaba personalmente Olañeta, casado con una prima de abolengo de Jujuy. Su vida en poco tiempo cambio y pasó de ser el jovenzuelo llegado de España, a un hacendado y comerciante adinerado. Su esposa era una mujer de conocida belleza, Pepita Marquiegui.

Godo cien por ciento, actor en la guerra entre las fuerzas patriotas de Buenos Aires, con afán de tomar El Alto Perú, y las fuerzas realistas, cuyo objeto era reconquistar totalmente el Alto Perú, y las provincias porteñas de Buenos Aires, después de la Revolución de Mayo de 1810 en Buenos Aires, Pedro Antonio formó un pequeño ejército integrado por sus peones y capataces, consumados jinetes y conocedores de todas las rutas del norte, ofreciendo su servicio al rey y a los comandantes realistas, habiendo recibido el nombramiento de Brigadier del ejército realista del Sur.

Los ejércitos de Buenos Aires un 23 de agosto de 1812 arrasaron Jujuy y los pueblos aledaños, siendo el Gral. Belgrano el triunfador. El General Tristán y Goyeneche, comandantes realistas, recibieron el apoyo de Pedro Antonio, iniciándose la guerra cruenta del Sur. Belgrano derrotado tuvo que retirarse hasta Buenos Aires.

Pedro Antonio en todas esas acciones de guerra, por su audacia y conocimiento de todas las tierras del Alto Perú, realizó una brillante carrera militar, recibiendo de España importantes títulos como la Cruz del Campo de Honor, Caballero de la Real Orden de San Fernando, y Comendador de la América de Isabel la Católica.

Pero España envió nuevos comandantes para restablecer el proceso constitucionalista: La Serna, Jerónimo Valdez y otros; Pedro Antonio rechazó el proceso como absolutista que era, y combatió a las fuerzas españolas, aceptándose finalmente que este general mantenga su jefatura en el Alto Perú; esta lucha civil entre españoles resquebrajó la fuerza de los ejércitos realistas. Pedro Antonio no estuvo en Ayacucho, con su ejército fuerte de 6.000 hombres, disminuyendo el potencial realista. El Gral. Olañeta no aceptó la rendición de Ayacucho, declarando la guerra abierta al General Sucre a su ingreso al Alto Perú.

Pedro Antonio siempre estuvo rodeado de traiciones; su sobrino preferido, Casimiro Olañeta, por su clara inteligencia nombrado su asistente, lo traicionó cuando le fue encomendado la compra de armamento, desapareciendo con el dinero y ofreciendo sus servicios a Sucre. Su primer lugarteniente, el Coronel Medinacelli, cuando Sucre triunfante llegó hasta Potosí, lo traicionó, ofreciendo la parte del ejército español de Olañeta bajo su mando al General Sucre, prometiendo entregar la cabeza de Pedro Antonio. En Tumusla Medinacelli pagó a un sargento, a cuya mujer el Gral. Olañeta pretendía, para que lo ultime, muriendo Pedro Antonio instantáneamente de un certero balazo en la cabeza, disgregándose el ejército realista.

A los 58 días de esa muerte, Pepita Marquiegui recibió el nombramiento del Mariscal de Campo Pedro Antonio Olañeta como Virrey, Gobernador y Capitán General de las Provincias del Río de la Plata, por real decreto del 29 de mayo de 1825.

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