La muerte es la oportunidad para pensar en la vida

P. Guillermo Siles Paz, OMI

En estos días estuve pensando en cómo entender y ayudar a comprender el sentido de la vida y muerte. Es evidente que en cada tiempo hay razonamientos distintos, condicionados por la cultura, el tiempo, como por la concepción antropológica. Lo cierto es que el hombre frente a la muerte se encuentra siempre deprimido, conflictuado, problematizado. La muerte siempre tiene un grado de misterio e incomprensión. ¿Por qué la vida es tan corta? ¿Por qué no podemos prolongarla? ¿Por qué separarnos bruscamente de nuestros seres queridos? Existen, por lo visto, muchas preguntas, a veces sin respuestas tangibles.

Para todos nosotros la muerte siempre es una angustia que nos hace reflexionar sobre la existencia. A veces nos deja vacíos muy marcados. Por eso será necesario mirar con profundidad lo que es la vida. Un cantautor venezolano, Alí Primera, decía en una canción: “Los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos”. Es decir que los que dieron un sentido pleno a su vida, son grandes en nuestra mente y en la construcción de la misma vida. Por lo que siempre vivirán en nuestra cotidianidad. Tal vez su significado está definiendo que la vida debe ser sellada con nuestras acciones.

Por otro lado, muchas veces podemos encontrar un sentido a nuestra vida. Darnos, ofrendarnos, pero también lograr un impacto en la generación que nos ha tocado influir. Pero aun así, nuestra vida debe estar condimentada con una serie de valores, principios y comportamientos. Encontrar el sentido a nuestra vida no quita la asimilación a una vida más allá de la muerte, que rompe con nuestra temporalidad. Podríamos decir que es la búsqueda de una plenitud de la misma vida.

Pero para que nuestras angustias sean apartadas, es necesario comprender algunas realidades. Todos los seres humanos somos limitados y tenemos una temporalidad. Todos los seres humanos somos llamados a diseñar una vida plena, en amistad, compromiso y libertad con los más cercanos. Finalmente, muchos seres humanos somos llamados a vivir nuestra plenitud de vida en lo que creemos. Por lo tanto todos, de una u otra forma, ponemos nuestra esperanza en lo trascendente. Aunque algunos no logran tener esta comprensión.

Desde una visión humanista y cristiana, la vida, bien vivida, está en la adhesión a nuestras creencias y experiencias de vida. Muchos somos conscientes de que es necesario morir para dar vida. Ahí está Jesús, que nos dice: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”. Es decir, que toda vida se constituye en una semilla que dará origen a una nueva vida. Este es un gran signo de esperanza. Una muerte que da vida. Aunque para algunos morir es la única forma de encontrar la paz. Son los que no comprenden su transformación.

Aquí está la experiencia de una esperanza cristiana, de todos los que creemos en Cristo, que aunque moriremos, viviremos en él. Pero además que todo el que muera, si tiene fe, jamás morirá. Todo esto nos trae a pie que todos los que creemos en Cristo, tenemos de alguna forma la garantía de vivir una vida eterna. Por lo que la muerte es simplemente un paso, de un estado a otro. Porque nuestra muerte es como un puente para una nueva vida, donde lo material será consumado y sólo el espíritu gozará de una vida eterna.

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