El hecho ocurrió en una escuela de Argentina, cuando un alumno de 15 años, se levantó de su banco en el aula y pidió a la profesora de matemáticas salir para ir al baño. Frente a todos, se le cayó un revólver. El muchacho alegó que lo hacía porque algunos de sus compañeros lo amenazaban.
Comenté el caso en mi hogar y recibí una clase de “bullyng”. ¿Qué es eso? pregunté. Me explicaron que es un continuo y deliberado maltrato verbal y hasta físico que recibe un niño o niña de un grupo cruel que somete, hostiga, amenaza e intimida.
Es así es como recordé un episodio de no hace más de tres semanas en el colegio Antonio Díaz Villamil, cuando un joven de la prepromoción recibió una paliza del grupo que lo dejó una semana fuera de clases.
A esa paliza la llaman “Tupac” y consiste en estirar a la víctima por cada una de las extremidades al estilo Tupac Amaru, mientras otros le van dando algunos golpes. Conocido el hecho por el director de ese establecimiento, que, además es psicólogo, éste decidió convocar a padres e hijos de ese curso para hablar sobre la violencia y sus consecuencias, antes que expulsar a los agresores. Bien hecho.
Los psicólogos se preguntan si la violencia es una característica innata o adquirida, si se heredan los genes de la violencia o se aprende a golpear, insultar y descalificar, gracias a las clases recibidas en casa, cuando el niño ve cómo el padre emprende a golpes a la madre o son permanentes los insultos y las descalificaciones.
Está claro que la tarea para los maestros es cada día más difícil, ni los alumnos son tan dóciles como quisieran, ni las llamadas comunidades educativas les permiten ir más allá de una frontera establecida, que no se sabe si colaboran o entorpecen el proceso educativo.
También queda claro que las familias ejercen cada vez menos control sobre los hijos por el horario de trabajo, las largas jornadas y la falta de tiempo para hablar con el niño, que pasa cada vez más horas frente a la pantalla, la red internet o el tilín.
No debe ser nada fácil educar hoy en una sociedad violenta. No sé qué haría al frente de un aula si viera a uno de los alumnos con un revólver en las manos o a otro con una daga. Es posible que, como diría mi abuela, “se me caerían las medias”.
Eso sí, estoy convencido, para empezar, que en casa no debería tener esos instrumentos peligrosos; tampoco debería dar muestras de violencia, aunque ganas no me faltan. Gracias a estos ejemplos aprendí a responder con una sonrisa ante el insulto de un conductor soez, saludar sin esperar respuesta y respirar profundamente antes de contestar las bravuconadas de los que dicen llevar mucha adrenalina. Cuesta, pero hay que hacerlo.
Mi hija me preguntó si en mis tiempos había bullyng y le contesté que también fuimos violentos, “nos remangábamos la jeta” con nuestro ocasional adversario y terminábamos más amigos que antes.
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