Gustavo E. Etkin
Después de años de investigar, como físico y químico, he llegado a la conclusión que existe una enfermedad a la que, hasta ahora, no se le ha dado nombre: Tiempitis.
Enfermedad que, pocas veces, puede tener sus ventajas. Como, por ejemplo, el vino tinto que, para ser de calidad, debe quedar mucho tiempo en el barril. O cuando algún siniestro dictador envejece, tiene un derrame y queda paralítico.
Aunque, también, muchas desventajas para todos los seres humanos. La tiempitis hace caer los cabellos de los hombres y tanto a ellos como a las mujeres les blanquea la cabeza. Pero la tiempitis también posibilita producciones artísticas: tangos, pinturas, fotografías.
Las fotografías son un desesperado intento -debemos reconocer- de, por lo menos, inmovilizar esa enfermedad, Detenerla en un momento. Sin embargo ese intento puede ser contraproducente. Porque cuando un viejito ve su fotografía de joven, ahí, inmovilizado en el tiempo, y después se mira al espejo a veces se pone a llorar.
Ella también incentiva los tangos cuyas letras son, casi todas, distintas alusiones al tiempo que pasa. Lo que era y ya no es.
La tiempitis también, como dice Heidegger en El Ser y el Tiempo “incentiva la pregunta que interroga por el ser”. Pregunta que es por el “ser ahí”. O sea, creo entender, el ser de ahora, que está en éste momento. Que desde esta perspectiva es el ser sano. Porque si está ahí, está. La tiempitis, esa inevitable enfermedad cronológica, no lo afectó.
Todavía. (Bahía de San Salvador, Brasil).
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