Bolivia es una nación de extremos, eso lo sabe todo el mundo. O los mandatarios se aferran al poder con uñas y dientes - caso del actual Presidente- o la inestabilidad política hace que nadie aguante una salva de cohetes sentado en la silla del Palacio Quemado. O suceden contundentes regímenes revolucionarios-populistas, caso del MNR y el MAS, o dictaduras militares férreas como la del general Banzer, sólo para hablar de lo que hemos vivido desde mediados del siglo pasado hasta nuestros días, digamos unos sesenta años.
Lo ideal -¡qué duda cabe!- sería la alternabilidad en el poder, como sucedió en la ahora fallida democracia que se inició en 1982, cuando con una gestión coja -la del Dr. Siles Zuazo- vinieron constitucionalmente los gobiernos de Víctor Paz Estenssoro, Jaime Paz Zamora, Gonzalo Sánchez de Lozada, Hugo Banzer -completada legalmente por Jorge Quiroga- y nuevamente Sánchez de Lozada, echado del poder a palos, pedradas y dinamitazos cuando iniciaba su segundo año de gobierno. Eso ya lo hemos comentado.
A partir de la truncada segunda gestión del exiliado en Washington, la democracia boliviana hizo aguas por todos lados porque Carlos Mesa no pudo soportar la presión de los populistas soliviantados y Eduardo Rodríguez Veltzé sólo cumplió con un mandato que le cayó en las manos cuando fueron defenestrados de sus derechos constitucionales de sucesión Hormando Vaca-Díez y Mario Cossío. Llegó al poder Evo Morales tras un triunfo rotundo en las urnas y no se quiso ir más, ni piensa hacerlo. Por eso la burla de los sonados festejos de 30 años de democracia ininterrumpida en Bolivia, que no han sido tales. Pero a los bolivianos nos gustan los festejos. Festejamos, por igual las victorias y las derrotas.
Sin embargo -de ahí el título de esta nota- a mí me correspondió, como Ministro Consejero de la embajada de Bolivia en México, ver en dos años pasar a seis presidentes. Era el otro lado de la medalla en aquella República del Sesquicentenario. Partí a México en febrero de 1978, en los últimos meses del general Banzer y en julio de ese año ya estaba el general Juan Pereda en el gobierno. Pero a Pereda lo tumbó al poco tiempo otro militar: el comandante del Ejército general David Padilla Arancibia, que se sostuvo durante 8 meses habiendo convocado a unas elecciones cuyos resultados fueron novelescos. No fue presidente el ganador, el Dr. Siles, ni el segundo, el Dr. Paz, que estuvo a décimas de la victoria; asumió el gobierno alguien que no había sido ni siquiera candidato, el Dr. Guevara, en virtud a un acuerdo parlamentario que lo eligió Presidente Constitucional Interino.
Tres meses resistió en el Palacio el Dr. Guevara, desde el 8 de agosto de 1979 hasta el célebre 1 de noviembre del mismo año, cuando el coronel Alberto Natusch Busch lo derrocó sacando blindados a las calles y pegando tiros a troche y moche con muchos muertos. Sucedió algo de lo más curioso con el coronel Natusch, porque desistió de ser candidato a la presidencia a pedido del general Banzer en 1978, antes que éste invitara a Pereda, que lo hubiera convertido en un mandatario constitucional seguramente, y prefirió ser presidente de facto, que tampoco lo logró por el inmenso rechazo popular. Curiosidades inexplicables. Dos semanas estuvo el coronel encerrado en el Palacio, frustrado, molesto, tratando de negociar con los jefes políticos y con el Congreso sin que le oyeran y tuvo que marcharse.
¿Y qué sucedió? Pues que en Bolivia no había quien gobierne y el acceso de cualquier otro militar era imposible en aquellos momentos. Entonces, con otro acuerdo parlamentario -los acuerdos parlamentarios también liquidaron al Dr. Siles Zuazo como sabemos- asumió el mando de la nación una mujer batalladora que había pasado por el movimientismo y luego por el izquierdismo lechinista: doña Lidya Gueiler Tejada.
A esas alturas de la vida política nacional, con la llegada del nuevo gobierno, dejé México, donde en los primeros meses había tenido como embajador a don Waldo Cerruto, y retorné a la Cancillería. Dos años y seis presidentes fueron suficiente para que me diera cuenta de la fragilidad institucional en Bolivia, que opta por dictaduras civiles o militares o cae en gobiernos efímeros, interinos, que no tienen la menor credibilidad y que son objeto de burla. Si antes se mofaban de los sucesivos cambios presidenciales, hoy las socarronerías pérfidas se centran en lo anecdótico y hasta divertido que resultan los gobernantes de turno.
Como Presidente Constitucional Interina al igual que el Dr. Guevara -los interinatos nunca han dado buenos resultados en Bolivia- doña Lidya Gueiler convocó a elecciones presidenciales para el 29 de junio de 1980, que ganó holgadamente don Hernán Siles, con lo que el miedo al comunismo, al socialismo, a todo lo que oliera a izquierda, hizo presa de civiles y militares, que decidieron cerrarle el paso al repetido ganador en los comicios.
El golpe del general García Meza -hoy solitario preso de aquellos años- contó con un enorme respaldo de las FFAA, porque era su comandante del Ejército naturalmente, pero con otro no menor apoyo de civiles, que azuzaban a quienes quisieran oírles, espantados ante la idea de la llegada de un gobierno luciferino.
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