Hace pocos días se anuncio que Perú y Bolivia firmarían un acuerdo por el cual se comprometen a la limpieza y cuidado posterior de las aguas del lago Titicaca que, desde hace mucho tiempo, están contaminadas. La verdad es que el anunciado acuerdo se agrega a muchas intenciones expresadas por autoridades de las márgenes del lago, tanto en el Perú como en Bolivia, en sentido de preservar el lago y no permitir que sea botadero de basura y hasta depósito de aguas servidas de hoteles y viviendas.
Copacabana, un sitio turístico que podía ser muy bien atendido, adolece de un descuido total, no sólo por parte de las autoridades sino de la población misma y, lo más extraño, de la hotelería instalada que utiliza las aguas para depositar todo tipo de inmundicias, con inclusión de los desechos orgánicos de servicios higiénicos.
Muchas veces, tanto las autoridades como los padres franciscanos que atienden el templo, debido a la devoción a la Virgen María, anunciaron su compromiso mancomunado para cuidar las aguas y, con intervención de pescadores y pueblo, evitar más contaminación. Se dijo que se destinaría un presupuesto especial para que el trabajo sea permanente y eficaz.
La verdad es que todo compromiso hecho verbalmente o firmado al respecto, ha sido momentáneo, circunstancial y muy alejado de convertirse en realidad. Para el pueblo está la pregunta: ¿qué se hace con el dinero recaudado y que, se dice, es parte del presupuesto municipal? ¿Cómo se administra la cuota parte que, se supone, aportan la Iglesia y la hotelería? ¿Cómo está planificada la limpieza y conservación de las aguas? ¿Qué reglamentos existen para balseros y para quienes se dedican a la pesca? Hay muchas preguntas que merecerían tener respuesta.
Hay que suponer, por otra parte, que en poblaciones adyacentes al lago y que pertenecen al Perú, ocurre otro tanto aunque sin el atractivo del Templo de Copacabana que atrae a turistas de ambos países y de regiones alejadas. El descuido con que son tratadas las aguas del llamado “lago sagrado” muestra lenidad, indiferencia y dejadez por parte de las autoridades municipales y prefecturales, puesto que no se explica de otro modo que las aguas, especialmente a orillas de la población, se encuentren totalmente contaminadas, despidiendo malos olores y, además, destruyendo todo el contenido de peces y vegetales del lago.
Es de esperar que los acuerdos anunciados se cumplan; de otro modo, el problema crecerá inconteniblemente si es que se confía en la “limpidez de conciencia y costumbres” de quienes viven en el pueblo de Copacabana y de los aledaños que, es de suponer, en algún momento despertarán a lo que debería ser su responsabilidad.
El Gobierno central debería instruir seriamente a la Prefectura para que atienda el lago Titicaca, reglamente el uso de las aguas y se evite la proliferación de suciedad, mugre y desechos en sus orillas y en el mismo lago que, por los olores que despide, hace mucho que ha dejado la condición creada de “lago sagrado” y hasta “patrimonio” del país. Si queremos un buen turismo hacia el lago, es importante que se desarrollen planes en pos de su limpieza total y con el propósito de autoridades y pueblo de conservación, contra todo lo que atenta contra sus aguas.
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