En Bolivia nos encontramos con una visión kafkiana. Todo se complica y nada se arregla. La única forma de mantener el actual estado de cosas se la podría llamar “la solución por el desastre” o bien la única manera de salvarse del desastre sería provocar y mantener el caos.
Una táctica para prolongar la actual etapa de desorden sería emitir provocaciones para agravar la situación y, enseguida, en medio de un estado caótico, plantear alguna solución desesperada como última tabla de salvación en medio del mar y sin socorro a la vista.
Las provocaciones orales o físicas de actualidad tienen como objetivo provocar la ira del “enemigo principal”, de tal forma que éste estalle en rabia y cometa algún error de magnitud, y cuyo fracaso estaría predeterminado. Ese fracaso sería aprovechado para “dar un salto en el vacío” y “tomar el cielo por asalto”. Sin embargo, esas provocaciones parece que no mueven un pelo del “enemigo principal”, pues sabe que “el primero que se enoja pierde la batalla”.
Ya hay varios ejemplos de esa naturaleza y, al parecer, se trata de repetir aquí el experimento con los resultados esperados. Un caso típico es el una invasión fracasada a alguna isla (producto de una provocación) que dio origen a un paso al abismo y del cual no se puede salir. Otro caso es un secuestro frustrado que derivó (como el anterior) en una radicalización del “proceso”, única forma de salir adelante y mantenerse en el poder. Esta experiencia estaría a punto de repetirse en Bolivia, siempre que el “enemigo principal” “pise el palito” o “resbale en la cáscara de plátano” que le ponen en el camino.
Pareciera, sin embargo, que en esta oportunidad la picardía no da pie en bola, pues el “enemigo principal “no se inmuta, mira las amenazas con una sonrisa y deja que las cosas sigan su curso, como si nada. Comprendería que de caer en la trampa sería para peor. En efecto, mira las provocaciones con indiferencia soberana y no les da importancia, lo cual asegura que nada pasará, porque, en caso contrario, los chillidos producirían el fruto conocido.
Otra táctica maquiavélica para encubrir el desastre y prorrogar el sistema es el de las mentiras chinas o sea hacer creer que lo falso es verdadero y mostrar como reales algunos espejismos. Mentiras de este tipo se caracterizan por tener visos de verdad y generalmente convencen a quien las escucha. En la actualidad son muy frecuentes, pero, además, son de gran magnitud. Vayamos al punto.
Se hace aparecer a algún personaje predestinado y en decadencia política, como si estuviese enfermo de gravedad. Se muestra a la “víctima” al borde de la muerte y se la somete a tratamientos intensivos y como el sufrimiento causa lástima se crea un ambiente colectivo de lástima a su favor, inclusive entre sus enemigos. En esa función, se recurre, además, a poderes divinos y como la supuesta víctima recuperó su salud, se hace aparecer que fue curada por mano de Dios porque “retornó al redil” y, en consecuencia, el “milagro” redobla el prestigio del individuo. Entonces resucita y anda, como un extraterrestre, favorecido por un milagro.
Así la mentira china se impone sobre la verdad, el engaño dio el resultado esperado y junto con las provocaciones permite que la causa continúe su marcha desbocada hacia el abismo. (Moraleja: no comas miel de abeja).
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