Cuando se habla de la oposición -desarrollada por los partidos políticos, las instituciones o entidades de cualquier naturaleza- y que está dirigida al Gobierno de turno, normalmente se afirma que dedica esfuerzos y tiempo a criticar todo lo que hace el oficialismo, los comportamientos que tiene, los gastos que realiza, la gestión que no hace, la poca o ninguna administración del Estado, el nepotismo con que proceden sus altos funcionarios, los viajes y gastos ostentosos que hacen, etc., etc., que generalmente son de conocimiento de la colectividad que recibe -muchas veces por la acción del simple rumor- un caudal de informaciones al respecto; pero…
¿Cuál es el objetivo de todo el que hace oposición? Normalmente parece o se cree que tiene intención de debilitar al régimen, de mostrarlo interna o externamente como incapaz de manejar los negocios del Estado y no saber lo que es administración ni gestión ni comportamiento. Todo este procedimiento debilita la posición de las autoridades, cuando deberían recibir un caudal muy importante de ideas, sugerencias, criterios positivos, sistemas y métodos para un cultivo más correcto de lo que debe ser el gobernar.
No hay generalmente una oposición constructiva, la que muestre los errores, faltas y hasta delitos si los hubiera; no existen expresiones o planteamientos sobre lo que se debe hacer, puesto que lo que cumple un régimen de gobierno es para el Estado que es el pueblo, el país, la nación, las instituciones y todos los intereses de la nación; no es, no debería ser, en modo alguno, buscar el crecimiento partidario y el logro de dividendos en favor personal de quien gobierne. Que una buena administración, la corrección de yerros, el encaminar debidamente a todas las autoridades conlleva beneficios personales y partidarios, es innegable.
Hay cierta inteligencia en quienes componen la oposición; pero no hay la suficiente como para darse cuenta que esa oposición tendría que ser constructiva, al sugerir enmiendas en la conducta y retorno a buenos caminos de todo lo que haga el Gobierno, pero con propuestas honestas y responsables que, además, sean factibles, sirvan al país y hasta mejoren la imagen gubernamental. Lo positivo que haga la oposición será en beneficio del Estado y no puede ser que la oposición “se guarde los remedios que precisa el país” para cuando se sea gobierno -si el caso llega-, pero, para entonces, casi con seguridad esos remedios no servirán, serán obsoletos porque las circunstancias habrán cambiado y las buenas recetas de hoy pueden ser contraproducentes en el mañana.
La inteligencia que desplieguen los opositores al régimen de gobierno tendría que radicar en lo positivo; que con posiciones honestas y constructivas favorecerán al régimen, es innegable; pero, en todo caso, beneficiarán al país, que es lo que importa y, de soslayo, esa oposición se sentirá beneficiada porque habrá cumplido con su deber, que no siempre puede ser en funciones de gobierno, sino desde cualquier función que se tenga, especialmente si hay representación en el Poder Legislativo que, en buena instancia, debería canalizar todo lo bueno en bien del país.
Los partidos con representación parlamentaria tienen la obligación suprema de contribuir al Estado que es el país; por su condición, han asumido la función de ser representantes de distritos conformados por el pueblo, y “el partido”, instrumento electoral, prácticamente pasa a planos secundarios. Esa representatividad debe conjuncionarse en labores inteligentes, ser propositivas, realizar investigaciones e informar sobre realidades del país.
La condición de opositores no debe ser sólo de crítica y reproches, tiene que ser de control honesto que ayude a superar los yerros y encarar proyectos de beneficio general. Hasta ahora, la característica del Parlamento ha sido de ataque por un lado y defensa por el otro, mientras hay asuntos y proyectos archivados desde hace mucho tiempo y nadie se preocupa por ellos; como ejemplo, es más que suficiente mencionar la Ley de Inversiones, el Código Minero y el de Hidrocarburos, cuyos proyectos tienen varios años.
La inteligencia de quienes tienen representación en cualquiera de los poderes del Estado tiene que ser de servicio y amor al país; que hagan oposición constructiva está muy bien, pero que todo su trabajo quede desmerecido por estar permanentemente en una especie de trinchera, listos “para disparar lo que sea”, va en contra del sentido común y anula cualquier buen propósito que en su concepción y realizaciones deberían ser misión y obligación de los que están en el régimen como en la oposición, porque se entiende que ambos “bandos” deben servir al país y no servirse de él.
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