Desde EL FARO
Contrastando con el alcance de mi anterior nota -sobre “regalitos republicanos y presidenciales”-, en la que visibilicé críticamente las disonancias en el campo político democrático, un amigo, economista de formación, me recordaba que octubre nos sorprendió con una lluvia de buenas noticias macroeconómicas, insinuando, con razón, que eran un extraordinario regalo para los cumpleañeros de octubre: Su Excelencia (SE), el Vice y la Democracia que sopló sus 30 velitas.
A juzgar por las inéditas cifras y logros en el campo macroeconómico, no habría razón alguna para dudar de la salud económica de nuestro país. Y es que en Bolivia se rompió el récord en el superávit comercial, nos aproximamos a los 15 mil millones de dólares de Reservas Internacionales Netas, las recaudaciones tributarias se incrementan y entramos al mercado de capitales con paso de parada. Hoy más vale la bendición de Wall Street que la de Obama y su Departamento de Estado.
Esa información es irrefutable, tanto como la larga duración de los altos precios de nuestros productos de exportación que, desde 2007, se encargan de pulverizar los pronósticos de los agoreros de su desplome y de aquellos que no aplauden las virtudes del “evonomics” y del milagro económico boliviano. En términos macroeconómicos, el régimen y el súper Ministro de Economía no hacen nada que los neoliberales del pasado no hicieron o harían en las actuales condiciones de bonanza externa. Parece que la crisis de los 80 dejó lecciones de prudencia, pese al festín de excedentes y pulsiones populistas y discrecionales de SE.
Las dudas sobre la salud económica comienzan a la hora de preguntarnos cuán bien aprovecha el país este “golpe extraordinario de suerte”, comentado por Ricardo López Murphy, o cuando se comienza a decir que el “evonomics” no es otra cosa que el nombre de un “piloto automático” que nos sostiene en condiciones climáticas altamente favorables. Contrariamente a los optimistas, los pesimistas indican que el Gobierno aprovecha inercialmente la siembra neoliberal; que poco siembra en términos de productividad. Gonzalo Chávez, economista, dice que el “El PIB boliviano avanza, pero sus pies son de barro”.
A las dudas se suma la falta de información transparente y convincente por parte del Gobierno. Éstas crecen cuando a los bombos y platillos inaugurales de una obra, le siguen hechos y cifras que nos recuerdan a elefantes blancos, a sobreprecios, a malos cálculos técnicos o energéticos y a una ineficiencia de campeonato. Ocurrió con el Mutún, con “Cartonbol”, barcazas y otras “boles”. Entre propaganda y el ir y venir de comentarios oficialistas, de la oposición y “analistas” son pocas las repuestas sobre el real desempeño de YPFB, las exportaciones al mercado del ALBA, sobre las lamentables ejecuciones presupuestarias del Gobierno central, gobernaciones y municipios. Siento que BOA se libra de estas turbulencias.
Se duda de la solvencia técnica del proyecto del litio, y de la eficacia y transparencia del destino final de los créditos otorgados por el Banco Central. La incertidumbre se acentúa ante los temores inocultables provocados por la sangría de recursos por concepto de subsidios a los combustibles. Al contrario de la información macroeconómica, el desempeño y calidad del gasto y de la inversión pública no convence. Entre pesimistas y optimistas, el flujo de información se torna confuso, contradictorio e insuficiente. Lo preocupante es que el manejo de estos temas ya no depende de un piloto automático ni de la inercial bonanza externa que rodea al milagro “evonómico” y al espejismo de los precios, que nos conforma y encandila.
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