Envejecimiento activo
Jorge Planelló Carro
Un anuncio de un conocido refresco mostraba a una persona que se mantenía por siempre joven mientras todo a su alrededor envejecía. Otro de la misma marca reflejaba la vida como una evolución que transcurre desde la muerte al momento de nacer.
Ambos tienen en común el relato de la incesante búsqueda del elixir de la eterna juventud de que adolece la sociedad actual. Como explica Vicente Verdú en Yo y tú, objetos de lujo, “necesitamos sentirnos bien, vernos jóvenes y agraciados para ser apreciados por los otros y extraer ventajas de una mayor cotización”.
Basta comparar el elevado gasto en cosméticos, superior a 160.000 millones de dólares anuales, para darse cuenta de que el reconocimiento se mide por el número de años que le robamos a la vida.
Y todo porque se asocia el envejecimiento sólo con un progresivo deterioro del cuerpo en vez de con un proceso de maduración personal. La prueba es que se deja de lado a todo aquel que no ha podido subirse al tren de la juventud, como muestra que, en España, cada año mueran en soledad un centenar de personas mayores.
Ante este panorama, existe el riesgo de no valorar la experiencia que dan los años y de privar a los jóvenes de ese beneficio.
Se han dado pasos importantes para atender las necesidades de una sociedad cada vez más envejecida. En España, la Ley de Dependencia se aprobó para que algunos mayores dependientes vivan con dignidad. Pero con la crisis económica actual, el gobierno comenzó por ahí sus recortes.
Y más allá de la asistencia profesional que puedan requerir, permanece el servicio social de voluntarios que, al menos una vez a la semana, visitan a su “abuelo” y le ayudan a hacer la compra, o le acompañan al médico. Con esto logran combatir su soledad, una enfermedad a la que, por no ser física, se le da menos importante. En otros casos, los intereses de jóvenes y mayores se ponen de acuerdo y conviven juntos de forma que se facilita el alojamiento de uno y se da compañía al otro.
Pero la juventud, entendida como un ideal de perfección, juega con ventaja en los medios y es capaz de generar sumas astronómicas de dinero. Los más conocidos clubes de fútbol se gastan millones de euros en fichar a sus jóvenes estrellas.
Sorprende la facilidad con que la prensa deportiva maneja las cifras, hasta el punto de que resulta incomprensible que un equipo no haya contratado a un cierto jugador por “sólo” unos pocos millones. Mientras, no se presta tanta atención a los miles de personas dependientes o a que, todavía hoy, haya quien muera de soledad.
Vivimos en una sociedad donde impera el mercado de la belleza, como si el consumismo diese la felicidad, y hace creer que todo lo que no está a la altura del espectáculo merece ser relegado. Resulta impensable que las generaciones que han contribuido al desarrollo económico de las últimas décadas acepten renunciar de buen grado al reconocimiento social.
Envejecer en un mundo asediado por la obligación de ser productivo en todo momento puede causar graves problemas de autoestima. Se habla de que la esperanza de vida en el norte sociológico puede alcanzar los 100 años para los recién nacidos, pero no es la batalla por alargar la vida que libra la ciencia la que nos permitirá saber quiénes somos. Frente al reto que suponían las enfermedades, hoy emerge la necesidad de superar una sociedad que se maquilla para encubrir un hecho inevitable como es el paso del tiempo.
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