Pablo Santa Cruz de la Vega
La base antártica
INTRODUCCIÓN
Sin lugar a dudas la peor de todas las guerras de nuestra historia fue la Segunda Guerra mundial, que cobró la vida de sesenta millones de seres humanos. Cuando terminó, las misiones de investigación comenzaron a recorrer la Alemania vencida. Los informes de aquellas misiones fueron publicados. Sólo el catálogo cuenta trescientas páginas. En doce años, la evolución técnica del Reich había tomado rumbos singularmente divergentes.
Al lado de diferencias en materia técnica, había diferencias filosóficas aún más asombrosas... Habían rechazado la relatividad y olvidado, en parte, la teoría de los quanta. Creían en la concavidad de la Tierra. Su cosmogonía habría puesto los pelos de punta a los astrofísicos aliados.
Si en doce años pudieron abrirse tales abismos en nuestro mundo moderno, a despecho de los intercambios y de las comunicaciones, ¿qué pensar de las civilizaciones que pudieron desarrollarse en el pasado? ¿Hasta qué punto están calificados nuestros arqueólogos para juzgar sobre el estado de las ciencias, de la técnica, de la filosofía, del conocimiento, por ejemplo, entre los mayas o entre los egipcios?
Si las investigaciones de civilizaciones antiguas han sido realizadas por hombres que opinan que la civilización moderna es la única civilización técnica posible; entonces, al contemplar un megalito de 1.200 toneladas cortado cúbicamente por mano humana, trasladado y colocado al lado o encima de otro semejante, también por humanos, no queda más remedio que imaginar, o la ayuda de Dios, o un colosal y chocante trabajo de hormigashombreesclavos, que tenían como únicas herramientas, cuerdas, palancas, troncos de árboles y unos pocos utensilios de metal.
Sin embargo, es posible que un pensamiento totalmente distinto del nuestro pudiera concebir técnicas tan perfeccionadas como las nuestras, aunque también diferentes: instrumentos de medición y métodos de manipulación de la materia sin ninguna relación con lo que nosotros conocemos, y que no habrían dejado ningún rastro visible a nuestros ojos. Es posible que una ciencia y una tecnología poderosas aportaran soluciones distintas a las nuestras, a los problemas planteados y desaparecieran totalmente con el mundo de los faraones o los toltecas.
Para nosotros resulta difícil de creer que una civilización pueda morir, borrarse del todo de la memoria de los pueblos. Y resulta más difícil todavía creer que haya podido diferenciarse de la nuestra hasta el punto de que no podamos reconocerla como civilización.
Algo diferente a nuestra “normalidad política” sucedió en la Alemania nazi. Las circunstancias económicas y sociales que siguieron a su derrota en la Primera Guerra Mundial en Europa, sumada a la perversidad del tratado de Versalles, en contra del pueblo alemán, fueron la tierra abonada en la que germinó la ideología que impulsó, y llevó a la cúpula gobernante a las personas que acompañaron a Adolfo Hitler. Tal ideología realmente era y es de otro mundo. Un mundo olvidado y resucitado por el Tercer Reich. Un mundo ante el cual la cultura actual cierra los ojos y se esfuerza para apartarlo de su visión.
Pocos saben que la Alemania nazi gastó en investigaciones esotéricas más recursos que los aliados en desarrollar la bomba atómica. La Anhenrbe (institución dedicada al estudio del pasado y a la recuperación del legado ancestral germánico) literalmente “peino” el globo terrestre en busca de “secretos” antiguos. Los nazis serían fanáticos pero no imbéciles. Si invirtieron tal enormidad de recursos, era porque tenían probabilidades de encontrarlos. ¿Qué, o quién, o por medio de que técnica o disciplina obtuvieron información que tras estudiarla se convirtió en seguridad para buscar algo escondido por toda la faz del planeta?
La respuesta; por más ridícula que parezca al lector contemporáneo, es: Recuperaron mitos, leyendas, tradiciones, folklore, regados por todo el mundo. Tal información sumada a la arqueología, la semántica y al conocimiento guardado por sociedades secretas como la Thulegesellschaft, o la Sociedad del Vril; son la fuente de la cual obtuvieron la información que los llevó a buscar una puerta que finalmente encontraron en la gélida y olvidada Tierra de la Reina Maud: La Antártida. Detrás de esta puerta lograron el contacto directo con seres de otro mundo y de ellos obtuvieron conocimientos que les permitieron el acceso a una fuente de Energía con la cual impulsaron tras construir los Haunebu, los OVNIS nazis.
De ser cierto este “realismo fantástico”, surge una pregunta obvia: ¿Si los nazis poseían tal tecnología, cómo es que perdieron la guerra? Sólo cabe una respuesta: La guerra no ha terminado, sólo habría subido un escalón. Ha regresado al punto en el que quedó hace milenios y, en algún momento continuará y será decisiva, la Batalla Final. ¿Qué guerra hace milenios? ¿Entre quienes? ¿Por qué razones? ¿Qué Batalla Final?
LA GUERRA ESENCIAL
El conflicto entre los dioses
Todo apasionado por la “Ovniología” sabe de las epopeyas descritas en el Mahabarata y otros libros antiguos, y de las tantas pruebas halladas e ignoradas acerca de la existencia de naves y tecnología imposibles para la época antigua y aún para la nuestra; pero es muy poca la literatura seria que habla o especula; con fundamento, acerca de las razones que llevaron al conflicto entre “los dioses”.
Hoy sabemos que toda religión tiene como origen un mito, una leyenda, una historia narrada y pasada a la posteridad a través de las generaciones, y es por ello, que toda religión para ser tomada en serio, tiene que tener tradición, es decir historia. Luego toda religión debe legitimarse a través de la historia y la memoria de los pueblos.
Para la cultura occidental, tal tradición está escrita en la Biblia. La “nueva religión”, que tiene como fundamento la vida y hechos de Jesús y sus apóstoles. Está escrita en el nuevo testamento y es reciente. Tuvo que legitimarse por el antiguo, que valga redundancia, era más antiguo, es decir tenía historia a través del pueblo Judío. Sin el antiguo testamento, el nuevo sería ilegítimo, sin tradición.
¿Por qué no puede haber una nueva religión? Porque así como la ciencia parte de un hecho original que es el Big Bang; toda religión legítima parte de un hecho original: La Creación, o la aparición del ser humano, que a través de las generaciones deja su testimonio a su descendencia. Y en cuanto a legitimación, cuanto más antigua tanto más legitima. Es sólo en este contexto que se hace comprensible la saña con la que la nueva religión a través de la Iglesia y quienes están detrás de ella, destruyeron todo vestigio de culturas y religiones antiguas que estuvieron a su alcance durante siglos. Sólo desde esa visión se hace comprensible la destrucción de tesoros como la biblioteca de Alejandría. La nueva religión debía destruir todo aquello a su alcance que mermase su legitimidad. Pero no todo se destruyó. El mundo todavía era grande para las manos de quienes buscan destruir este legado ancestral. Bajo la tierra, entre las arenas de los desiertos, en textos que lograron sobrevivir y en la memoria de los pueblos aún quedaba, y quedan rastros de una historia legítima.
Tales historias en resumen dicen: Que los primeros seres humanos fueron el resultado de la mezcla de la sangre de un homínido natural del planeta con la sangre de seres que llegaron de más allá de las estrellas. Que la razón de su creación fue que necesitaban obreros para la obra en la Tierra y servidumbre placentera a su mirada en sus moradas en el cielo y en la Tierra. Que luego, estos seres, viendo que las hijas de los hombres eran hermosas, y que ellos no tenían mujeres, descendieron apasionados y copularon con ellas dando origen a las razas y entre ellas a una raza de Gigantes. El tiempo transcurrió y los humanos se multiplicaron bajo el techo de una civilización dorada. Los humanos que hablaban, aprendían y vivían junto a ellos cuando ellos descendían, sabían que eran sus hijos, y por ello reclamaron un lugar “en los cielos”, el lugar donde sus padres moraban y el tiempo no transcurría y, así como ellos, poder burlar a la muerte. Esto causó división entre los Dioses creadores de la humanidad. Por la sangre de Ellos, es decir por el Espíritu, los humanos tenían derecho a la eternidad, en el reino de los cielos. Y por la sangre del homínido, es decir por el alma, eran criaturas mortales, y su lugar era el trabajo en la Tierra, en el tiempo, para el solaz de su Creador en el reino de la muerte. Los Gigantes que poseían la ciencia de las piedras se rebelaron y fueron apoyados por el grupo de los dioses que querían liberar al hombre de la muerte, el hambre y el dolor. La guerra comenzó en el cielo y se extendió a la Tierra.
Esta es la guerra que se relata en el Mahabarata, en la que los perdedores fueron los humanos, ya que los dioses y sus fuerzas se retiraron en una especie de tregua, cada bando en una región de los cielos. Una de las consecuencias materiales de esta guerra es el hundimiento de la Atlántida, cuya leyenda atravesó el tiempo y permanece hasta la actualidad como el diluvio universal. Está demás decir que una tregua en las regiones celestes en las que el tiempo no transcurre, para nosotros pueden ser milenios, para ellos tal vez sólo sea cuestión de meses o de días.
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