Desde tiempos inmemoriales la hoy zona beniana fue ocupada por gente de cultura Arawak, quienes supieron adaptarse a la zona, aprovechando los recursos del agua para vencer las dificultades del diario vivir. Posteriormente, con la llegada de los españoles, debido al tratado de Tordesillas, que trazó una línea imaginaria para separar el territorio español del portugués, esas selvas y pampas fueron ocupadas por explorados que buscaban el tesoro del gran Paitití, y posteriormente, la canela; pero fueron tragados por la selva.
Paralelamente a este adentramiento civil estuvieron los misioneros de diferentes órdenes, que lograron “reducir” es decir, concentrar a la gente de la selva en lugares donde comenzaron a enseñarles el evangelio. Esos primeros poblados fueron el núcleo de un mestizaje tanto biológico como cultural, puesto que junto a los sacerdotes llegaron autoridades civiles y gente que buscaba diferentes riquezas, mezclándose entre aborígenes y españoles, a la par que desarrollaban sus facultades naturales como la música y otras artes, bajo la dirección de los sacerdotes.
Esos centros fueron creciendo y se fundaron ciudades, muchas de las cuales llevan nombres religiosos, como Santísima Trinidad, San Ignacio, Santa Rosa, (ciudad de los) Reyes (magos) Magdalena, etc. con las cuales formaron parte de la entonces provincia de la Apolobamba del Departamento de La Paz. Las necesidades de comunicación que esa gente tenía, llevaron al entonces Gobernador de ese sitio, el General Flores, posteriormente Presidente de la Audiencia de Charcas, a proponer la construcción de un camino que pasara por el territorio del hoy TIPNIS, prácticamente con el mismo trazo; por lo cual esa vía puede ser considerada de concepción colonial.
Los centros poblados fueron creciendo cada vez más, y con ello, la explotación del nativo también se hizo más patente, lo cual dio origen a muchos levantamientos que buscaban la justicia y la libertad, e inclusive, más tarde, la independencia. Cuando se fundó ese Departamento para conmemorar la victoria de Ingavi, que logró la total independencia y seguridad de Bolivia, frente al invasor, ese joven jirón patrio continuó siendo un centro de mestizaje, que, no obstante la dificultad de comunicarse con otros centros del país, y la fuerza de la selva, logró desarrollar una incipiente ganadería y una agricultura, que tenía la visión de llegar a la industria, como ha sucedido con la estancia de los Simon en Santa Rosa del Yacuma, quienes producían azúcar, ya por los años veintes del siglo pasado.
Esta actividad se ha debido al empuje y coraje del beniano, y a la llegada de migrantes palestinos, libaneses, japoneses, etc. que se asentaron en el Beni, atraídos tanto por la belleza del lugar como por el potencial que esas tierras ofrecen al esfuerzo humano, rindiendo buenos frutos para la persona como para la sociedad. Lamentablemente estos esfuerzos fueron escasos y no lograron desarrollarse a plenitud debido a la indiferencia de las autoridades.
También debemos recordar el empeño de Nicolás Suarez, el industrial gomero, que defendió a sangre y fuego la integridad del territorio contra los ataques de los filibusteros, primero, y del Brasil, posteriormente, durante la Guerra del Acre, aglutinando a su alrededor a muchos patriotas que pelearon por Bolivia y su integridad territorial; mostrándonos que cuando el peligro está cerca, el beniano sale en defensa de la Patria, como también lo hizo durante la Guerra del Chaco, en la cual se destacó, entre otros, Carmelo Cuéllar Jiménez.
El Beni ha sido, y es, un lugar olvidado que ha acogido el esfuerzo de españoles, migrantes de otros lugares del país y de extranjeros en su afán de construir una bolivianidad fraternal, que debemos destacar.
El autor es Miembro de Número de la
Academia Boliviana de la Lengua,
Correspondiente de la Real Española.
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