París. La fotografía tomada en Burdeos el jueves por la noche era un poema. Nicolas Sarkozy salía en coche del palacio de Justicia, sentado en el asiento de atrás con sus abogados, con el rostro desencajado mientras hablaba por el móvil.
Tras doce horas de interrogatorio, los jueces que instruyen el sumario del caso Bettencourt dieron marcha atrás en su idea de imputar al expresidente de la República y le concedieron el estatuto penal de testigo asistido, una figura creada en 1987 para los sospechosos de haber cometido delitos y que está a medio camino entre la más benévola (testigo normal) y la peor (imputación formal).
De forma que Sarkozy salva de forma casi definitiva el primer asalto judicial, de los tres que puede tener por delante, y como confesó a sus amigos el viernes, respiró “aliviado”. Su carrera política puede continuar, desde la ausencia actual, y quizá llegue a tiempo de salvar a su partido, la UMP,de una fractura que parece irremediable.