Manifestantes asaltan las sedes de los musulmanes en Alejandría, Ismailiya y Port Said. El Presidente asegura ante miles de simpatizantes que partidarios del antiguo régimen pretenden sembrar el caos.
En las calles de El Cairo y otras ciudades egipcias el viernes volvió a retumbar con fuerza el grito que derrocó al dictador Hosni Mubarak: “¡El pueblo quiere la caída del régimen!”. Esta vez el destinatario es Mohamed Morsi, el presidente islamista elegido en las urnas el pasado mes de junio. El Egipto laico teme que Morsi se eternice en el poder, después de que el jueves firmara una declaración constitucional que le sitúa por encima de la ley.
El “decretazo” de Morsi ha vuelto a tensar la inflamable escena política egipcia, alargando la fosa que separa islamistas y laicos. Egipto es hoy un país partido en dos. En varias localidades de la geografía egipcia hubo enfrentamientos violentos entre seguidores y detractores de Morsi. En al menos tres ciudades, Alejandría, Port Said e Ismailiya, manifestantes airados incendiaron sedes de los Hermanos Musulmanes, el partido del Presidente.
A primera hora de la tarde, el “rais” se dirigió a sus seguidores, y a toda la nación gracias a la cobertura de la televisión pública, desde una tarima en la que había una gran foto suya. La cofradía domina las herramientas del márketing político. “El antiguo régimen está pagando para que ataquen edificios gubernamentales y siembre el caos”, proclamó un desafiante Morsi, que aseguró aceptar la importancia del rol de la oposición “verdadera”.
“No me gusta ni quiero utilizar procedimientos excepcionales, pero si veo que mi país está en peligro lo haré, porque es mi deber”, añadió Morsi, justificando su decreto con argumentos como la búsqueda de la estabilidad y la purga de los elementos contrarrevolucionarios en el poder judicial. Morsi dice ser el guardián de la revolución que destronó a Mubarak, que aspira a asegurar la viabilidad política de la maltrecha transición egipcia. La profunda división del país, sostiene, podría terminar por paralizar por completo el salto a la plena democracia. Por eso, aclara, ha necesitado recurrir a la batería de medidas excepcionales que han incendiado el país. El principal blanco del decretazo de Morsi ha sido el sistema judicial, el mismo que disolvió el Parlamento que dominan los islamistas y que acumula jueces de la era Mubarak, aún fieles a la herencia del dictador.
En la capital, los principales líderes de la oposición, como el premio Nobel de la Paz, Mohamed El Baradei, y Hamdin Sabahi, el aspirante que finalizó las presidenciales en tercer lugar, participaron en las manifestaciones. Al caer la noche, la plaza Tahrir volvió a vivir unas escenas de batallas callejeras ya habituales: estampidas continuas, e intercambio de piedras y gases lacrimógenos entre policías y jóvenes activistas.
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