Recuerdos del presente
Hu Jindao, el destituido primer ministro chino, tenía motivos para estar triste. En una década a la cabeza de la República Popular llevó el estandarte de la Larga Marcha de la corrupción, junto a su propio hijo, y se despidió con un lamentable balance de gestión: “La brecha entre ricos y pobres está creciendo”.
El ensanchamiento de esa brecha en los países capitalistas, se podría decir, es el efecto deseado, pero que se dé en un país comunista parece un efecto retardado, al parecer inevitable.
En una década, dice un balance más certero, Jindao sacó de la pobreza a 30 millones de chinos y, de paso, dio lugar a que surgiera un millón de millonarios, todos vinculados al partido comunista, por supuesto.
El maoista Xi Jinping tiene ahora la tarea de reencauzar la revolución en el país más poblado del planeta, convertido en la segunda potencia mundial. Se avecina la séptima década de la revolución china y todos sabemos, comenzando por mexicanos y soviéticos, que ninguna revolución llega a ser octogenaria.
El señor Xi tendría que hacer todo lo necesario para evitar que la revolución china termine como la soviética, que ha dado lugar a un régimen corrupto y mafioso, según algunas definiciones.
El ruso Yegor Gaidar, en su libro “Evolution & State” relata cómo fue la transición de la “madre patria socialista” al estado mafioso de ahora tras el “bluff” de Ronald Reagan, la Perestroika, el derrumbe de la superpotencia y el desbande de los satélites.
Todo se derrumbó, dice el autor, cuando los jerarcas del PC decidieron cambiar sus jerarquías en la estructura soviética por propiedad privada. Tenían que monetizar sus privilegios políticos. Lo hicieron de tal manera que ellos no corrieron el riesgo de ser los propietarios de los bienes de producción: figuraban, para unos efectos, sólo como administradores, aunque para los otros efectos eran los propietarios.
Sólo así se explica que Vladimir Putin haya podido acumular, en solamente ocho años de su primera gestión de primer ministro de Rusia, la fortuna de 40.000 millones de dólares, como lo informó la revista Fortune. Pero además están aquellos que algunos rusos llaman los “hijos de Putin”, todos ex funcionarios de la jerarquía soviética, grandes millonarios.
Si el señor Xi lo hiciera mal, la revolución china terminaría como la soviética, con los jerarcas del PC convertidos en multimillonarios.
Por estos lares, la revolución cubana también está cambiando. Ha comenzado por admitir que la propiedad privada es imprescindible. Es que la propiedad estatal de la agricultura trajo un milagro: el año pasado se dio la más baja producción de azúcar de los últimos cien años. En eso, el obtuso bloqueo norteamericano no tuvo nada que ver.
Parece que, como lo han dicho personas inteligentes, la concentración de poder concentra también la corrupción, sin importar las ideologías. La corrupción es común a todas las ideologías, pero parece un insulto en aquellas que dicen buscar la igualdad.
En Bolivia estamos viendo cómo un gobierno mayoritario da lugar, antes incluso de cumplir los siete años, a aceleradas tasas de enriquecimiento personal de los gobernantes, enriquecimiento que ahora los funcionarios y los medios oficialistas tratan de explicar con muchas dificultades.
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