El Día Histórico - 28 de noviembre de 1730
A fines de 1730, el virrey Almendáriz dispuso que en todo el territorio de su mando se practicase una revisita general, para aumentar los rendimientos del tributo impuesto a los indígenas. Manuel Belero de Valera, nombrado revisitador de la provincia de Cochabamba, había llegado al pueblo de Caraza, donde empezó los preparativos para su entrada solemne a la capital. En tales circunstancias, empezó a circular un rumor inesperado, acerca de que la verdadera misión del revisitador era empadronar no sólo a los indígenas, sino también a todos los vecinos de la villa y muy especialmente a los mestizos, para someterlos violentamente al pago de la contribución personal.
VOZ DE ALARMA
Muy pronto se dio en Cochabamba la voz de alarma para impedir la entrada del visitador y para resistir al oprobioso empadronamiento proyectado, de cuya efectividad aún no estaban bien enterados, pero se propagó como si fuese una cosa cierta. La alarma cundió en Cliza, Sacaba y Quillacollo, cuyos habitantes siguieron el ejemplo dado en la capital, asumiendo una actitud amenazante contra el empadronador.
El comisionado, alarmado por la actitud subversiva de los pueblos, solicitó del corregidor de la villa un auxilio de tropa armada para custodiar a su persona. Le fueron enviados 30 soldados veteranos, bien armados, a órdenes del capitán Jacinto Caba Urcullo, criollo natural de Sicasica, educado en España y Francia y tenido por militar valiente y bravo.
SUBLEVACIÓN DE CALATAYUD
Tan pronto estas fuerzas salieron de la villa estalló la sublevación. Un joven, Alejo Calatayud, de oficio platero, reuniendo en torno suyo a la cholada, a los gritos de ¡viva el rey!, ¡muera el mal gobierno!, fue a abrir las cárceles, atacó varias casas de españoles, las saqueó, rompió las puertas y cometió todo género de atentados contra peninsulares y sus bienes, estableciendo después su cuartel general en el cerro de San Sebastián.
COMBATEN LOS INSURRECTOS
Cuando la expedición militar de Caba llegó al pie de la cuesta de Ayoguaico, supo que el visitador Belero de Valera había fugado a Oruro y considerando sin objeto la continuación de su marcha, retrocedió a la Villa, resuelto a someter a los facciosos con su sola presencia. Los insurrectos salieron a su encuentro hasta los suburbios, donde recibieron a Caba y su destacamento en son de guerra, lanzándoles una lluvia de piedras.
La acometida fue tan recia que la tropa armada lejos de hacer uso de sus estribos, se vio obligada a echar pie a tierra y asilarse en una casa, sin que hubiera podido descargar un solo tiro. Los insurrectos incendiaron esa casa por sus cuatro costados, para obligar a sus enemigos a salir de ella.
Conseguido su intento, comenzó una horrible carnicería, cuyo resultado fue la victimación de todos los soldados españoles, incluso su jefe, que fueron destrozados a piedra y palo… Calatayud libró aún un segundo combate con cuarenta españoles que a órdenes de Juan Matías Gadroque fueron a atacarlo en la colina de San Sebastián y los derrotó también, causándoles muchas bajas.
EL CLERO INTERVIENE
Envalentonados los insurrectos, cometieron las más inauditas venganzas, hasta el extremo de hacer huir a todas las familias y vecinos españoles a los campos próximos. Con el fin de contener el desenfreno de los amotinados, los curas y sacerdotes de la Villa se vieron obligados a intervenir para reducirlos al orden. Sacaron el Santísimo Sacramento y en procesión lo llevaron hasta el cerro de San Sebastián, donde Calatayud hizo su fuerte y su lugar estratégico de operaciones militares. Los consejos y las súplicas de los sacerdotes fueron apenas bastantes para calmar momentáneamente a los insurrectos, pero no para hacerlos desistir de su empeño de aniquilar y extinguir a sus opresores.
ORGANIZAN GOBIERNO
Al fin Calatayud comprendió que era preciso organizar el gobierno de la Villa y dar forma a la insurrección. Reunió al Cabildo para que nominase a las nuevas autoridades, imponiéndole la condición de que el corregidor fuese natural del país y no europeo. El Cabildo eligió para corregidor a don Francisco Rodríguez de Carrasco y para jefe de las fuerzas militares al mismo Calatayud.
Rodríguez Carrasco, íntimo amigo del jefe de la insurrección, era un hombre intrépido, de valor resuelto, sagaz en sus maneras, pero de un mal fondo moral, intrigante, ambicioso, hipócrita, desleal y traidor. Aceptó el cargo de corregidor con fines siniestros, aparentó ponerse al servicio de la insurrección con buena fe y entusiasmo, supo atraer la confianza de los conjurados y ganar sus simpatías para darles el golpe de gracia en ocasión oportuna.
EL DIARIO, 28 de noviembre de 1927.
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