[Raul Pino]

Las universidades y el arbitraje


El crecimiento del arbitraje como nueva forma alternativa de impartición de justicia en Bolivia es muy alentador, ya que en menos de dos décadas se cuenta con centros de conciliación y arbitraje en los lugares más densamente poblados del país. La falta de cultura del arbitraje fue uno de los principales escollos para su asentamiento y difusión.

Uno de los problemas, históricamente hablando, fue que los estudiantes de la carrera de derecho recibían una formación fuertemente dirigida al aprendizaje de las normas de los códigos, de fondo y de forma: se enseñaba lo que prescribe el Derecho escrito y el procedimiento que aplican los jueces ordinarios. Por ello, como consecuencia irrefragable, las facultades de Derecho generaron profesionales con más aptitudes para confrontar que para negociar, o sea que se ignoró la cultura de paz.

A partir de la formación universitaria y de una práctica forense con caracteres similares, es inequívoco que para la mayoría de los abogados la confrontación sea la forma natural de resolver los conflictos planteados o de disputa de intereses. No disponer y no conocer las técnicas alternativas hace que el ámbito propio para la confrontación sean los tribunales judiciales, porque la reacción natural del abogado es actuar en correspondencia a lo que ha sido preparado y formado: pleitear. Y dentro de esa realidad y esquema, para quienes no conocen el arbitraje, no existe otro modo de sustanciar los litigios que ante los jueces ordinarios.

Los avances significativos que se produjeron han sido en materia de educación jurídica, puesto que, en otras épocas, el arbitraje era una materia que en la carrera de la abogacía, si la consideraban, tenía algún espacio en la materia de Derecho Procesal Civil como Resolución de Conflictos, estructura que actualmente ninguna universidad moderna asume, ante la importancia capital de la materia de Arbitraje en la formación de los jóvenes abogados.

Inconteniblemente emerge la conciencia de formar nuevas generaciones de profesionales capacitados para reducir el costo de resolver conflictos, y son precisamente las universidades que comienzan a ofrecer esta valiosa formación jurídica, en grado y postgrado, en los cuales el arbitraje es desarrollado y minuciosamente impartido con profundidad académica: analizando sus principios jurídicos con práctica y doctrina, su eficacia como medio alternativo de solución de conflictos, además de su valor como laudo o sentencia definitiva con calidad de cosa juzgada, ahorro de tiempo y de medios económicos.

La formación universitaria tradicional que apuntaba a abogados preparados sólo para investigar el sentido lógico de las normas vigentes y prever cuál será la interpretación de esas normas que recaerá sobre el juez, va complementándose progresivamente con una concepción más amplia en la que el abogado aparece como un verdadero facilitador, administrando el conflicto de su cliente y sobre todo de asesoramiento acerca de las maneras más eficientes de resolverlo.

De lo expuesto, muy interesante por cierto, el lector puede inferir que hoy se apunta a que los nuevos abogados aprecien la educación innovatoria y piensen diferente, entrenándolos para que sean verdaderos solucionadores de problemas y asesores y no meros teóricos de las disposiciones legales del Derecho positivo.

De esta forma, incorporando al arbitraje en los programas analíticos de las carreras universitarias de Derecho de las deferentes universidades, éstas van supliendo las anteriores carencias y se comienza a tomar una conciencia de la necesidad de reemplazar la mentalidad pleitista. De ello deviene que la decisión de acudir a la justicia ordinaria será una consecuencia de haber desestimado otras opciones, y no por simple rutina o falta de conocimiento de que existen otras opciones.

El autor es abogado corporativo, postgrado

en Arbitraje y Conciliación.

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