A propósito de la violencia en contra de las mujeres

I

Se dice que uno de los rasgos esenciales del país es su carácter altamente discriminador hacia los sectores sociales mayoritarios y dentro de éstos, los niños, los jóvenes y las mujeres son los más discriminados. En efecto, se advierte que a pesar de la enorme importancia cuantitativa y cualitativa de estos grupos poblacionales en las características presentes y futuras de la sociedad boliviana, niños, jóvenes y mujeres han permanecido y permanecen al margen de una efectiva participación económica, política, social, cultural e ideológica y a diario enfrentan dificultades y trabas para cubrir ciertas necesidades vinculadas sobre todo al trabajo, ingreso, salud, educación, vivienda, servicios básicos, ni hablar de otras necesidades tan esenciales como la participación, esparcimiento, autodeterminación, comunicación, información y sexualidad.

Según el Censo Nacional de Población y Vivienda 2001, de una población de 8,2 millones de habitantes; 4,1 millones eran mujeres que representan algo más del 50 por ciento en relación con los varones. Si bien la mayoría de estas mujeres vive y se ubica en una situación marginal heredada de un sistema machista y patriarcal, cada una de ellas vive realidades propias, pues su destino esta marcado por factores tales como el origen social, la etnia, el status social, la ocupación laboral, el estado civil, la edad y el lugar de residencia.

Al analizar la situación de las mujeres se advierte que la pobreza tiene rostro de mujer, sobre todo indígena y campesina. En efecto, el 51,2 por ciento de la población boliviana pobre es mujer y principalmente reside en áreas rurales. A pesar de esta dramática realidad, la mujer del área rural llega a cumplir un papel principal en la actividad productiva y reproductiva familiar. Se sabe que en el campo las mujeres cumplen jornadas laborales equivalentes a niveles de sobreexplotación. Ocupan 7,7 horas diarias en actividades productivas, 8,4 horas en actividades reproductivas y 0.2 en trabajo comunal, lo que supone 16,3 horas diarias de agotador trabajo.

Con ligeras diferencias sucede casi lo mismo en áreas urbanas donde las mujeres realizan una doble y hasta triple jornada laboral para cubrir las necesidades básicas de la familia, siendo en algunos casos “el único jefe de hogar” que garantiza la reproducción familiar a través del desarrollo de actividades laborales que se insertan sobre todo en los subsectores del comercio minorista y los servicios personales.

De cada 100 mujeres, 38 son trabajadoras por cuenta propia; 27 sin remuneración, 14 son empleadas, 5 asalariadas del hogar y 4 obreras. Lo lamentable de esta situación es que desarrollan sus actividades bajo pésimas condiciones de trabajo, pues en ellas prevalece un menor acceso y una mayor discontinuidad en el empleo, a la vez predomina la discriminación salarial y el acoso sexual en el trabajo.

El sistema de salud no garantiza una adecuada cobertura y atención a la salud integral de las mujeres en todas las edades. Las deficiencias se expresan en las elevadas tasas de mortalidad y morbilidad materna. A pesar de que en los últimos 15 años, la mortalidad materna se habría reducido en un 41%, alcanzándose a una tasa de 229 por 100.000 nacidos vivos, esta cifra continúa siendo la más alta de Latinoamérica. Se calcula que cada día 2 mujeres mueren, siendo las principales causas de las defunciones maternas las hemorragias, las infecciones y el aborto inseguro. A ello se agrega otras causas como el acceso limitado a los servicios de salud, la falta de información preventiva sobre enfermedades curables y la ausencia de calidad y calidez en la atención médica.