Desde el punto de vista de los críticos y especialistas en censos de población, el realizado el 21 de noviembre pasado adoleció de grandes defectos y poco menos que fue un fracaso por la serie de anormalidades que se denunció tanto desde ambientes urbanos como rurales. En cambio, los medios oficiales encargados de hacer cumplir ese objetivo no dejan de afirmar que la acción de ese día fue un éxito poco menos que absoluto.
Las críticas más amargas acerca del proceso censal señalan, en todo caso, que en realidad se registraron numerosas deficiencias de parte de las autoridades encargadas de la operación, como la carencia de cartografía actualizada, falta de papeletas, inexperiencia del personal encargado de realizar la encuesta, preguntas poco adecuadas para la oportunidad y otras muchas que, aunque superficiales, revelan que no se adoptó las medidas del caso para que el censo tenga un éxito sino absoluto, que por lo menos satisfaga la expectativa popular.
De lo que no cabe duda es de la positiva respuesta popular al acto censal, ya que la población de todo el país, de un extremo a otro y aun en los lugares más alejados, respondió al llamado para hacer conocer su composición numérica y sus condiciones inmediatas de vida. En el día del censo, con absoluta disciplina y sin necesidad de amenazas ni presencia de policías y agentes, todos los sectores sociales se concentraron en sus domicilios esperando la llegada de los funcionarios respectivos para dar a conocer sus referencias personales. El pueblo mostró, en esa forma, una madurez del más alto nivel, como tal vez no se había presentado en otra oportunidad.
Sin embargo, el censo quedó disminuido por haberse realizado sin la preparación previa y deficiencias logísticas del organismo encargado de hacer cumplir la medida. Pero, ante todo -y ese fue el principal defecto del proceso censal- el verdadero objetivo del censo, que es conocer únicamente en forma cuantitativa las características de la población boliviana, fue adulterado para tratar de encontrar objetivos cualitativos, totalmente ajenos a cualquier censo de población.
En efecto, en vez de limitarse a conocer los objetivos concretos exclusivos de la medida, vale decir saber cuántos somos, más se pensó en metas partidarias de otro nivel, como asuntos de escaños, planificación de programas de desarrollo, distribución de recursos, intereses subterráneos, etc., medidas que se las podría aplicar únicamente luego de ser conocidas exactamente las bases numéricas de la consulta al pueblo. Esa última decisión oficial determinó que el censo quede desvirtuado en su esencia.
Es más, como se confundió a la población con esa clase de argumentos inoportunos e impertinentes, el proceso terminó con el estallido de conflictos en diversos lugares y, por tanto, fue poco menos que un “censo chuto”. Finalmente, al haberse alterado los objetivos de todo censo e inventado objetivos de otro tipo, los resultados generales de la operación también serán erróneos, en la misma forma que si las premisas erróneas de una operación lógica son falsas, también lo serán las conclusiones, todo lo cual conducirá a frustraciones y fracasos de gran magnitud.
En vista de esos antecedentes, se debe destacar la gran responsabilidad de las masas populares y resaltar el gran deseo de cooperación que mostraron en todo momento, responsabilidad y sentido de cooperación que resultarían defraudados por autoridades incompetentes que, pese a que tuvieron a su disposición alrededor de 20 millones de dólares, no actuaron con la seriedad que el caso obligaba.
En todo caso, es de esperar que el Censo de 2012 sirva para corregir los errores y sea una experiencia para futuras actividades de esa naturaleza.
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