En esos tiempos de las luchas por la Independencia, era conocida la afición del Mariscal Antonio José de Sucre por el chocolate.
No pocos problemas le ocasionaron esa afición, estando en el Alto Perú, cuando se decidió la salida del Ejército Unido de la ciudad de La Paz, para enfrentar al último realista Pedro Antonio Olañeta, con 5.000 hombres, concentrado en inmediaciones del fuerte de Cotagaita. Acantonado el Mariscal en Oruro, ocurrió el siguiente incidente:
A las puertas del cuartel del Ejército Unido se presentó un individuo semi harapiento con una casaca del ejército, el hombre era caucásico, rubio. Detenido en la entrada del cuartel, al pedírsele el porqué de su presencia, no supo responder, siendo de inmediato detenido. Interrogado éste, no hablaba castellano, ni francés ni portugués, su idioma parecía alemán; nadie en el cuartel hablaba alemán, empeorando la situación.
Llamado el comandante, Cnel. Burdett O’Connor, ordenó un nuevo interrogatorio, y una revisión completa de su vestimenta. Revisen -ordenó el Coronel O’Connor- medias, zapatos, absolutamente todo. Concluida la revisión, se encontró cartas y unas pastillas, que analizadas resultaron ser veneno. El individuo declaró llamarse Ecles, de origen suizo, y contratado por el General Olañeta para envenenar al Mariscal Sucre, introduciendo las pastillas de veneno en el chocolate del Mariscal. Arrepentido del plan a cumplirse, se presentó en el cuartel; las cartas estaban dirigidas a cuatro ciudadanos españoles radicados en La Paz, que a la muerte del Mariscal, entregarían a Ecles una suma bastante alta de dinero.
Conocido el atentado por el Mariscal Sucre, dispuso éste el apresamiento de los españoles en la ciudad de la Paz y el embarque a Europa del suizo arrepentido, proporcionándole incluso dinero para sus gastos. Envió inmediatamente una carta al General Olañeta, manifestando:
“Es imposible creer, tal como usted que hace ostentación de principios morales y religiosos, pueda siquiera pensar en tan horrible intento; tal crimen solamente puede encontrarse en un corazón diabólico y corrompido, y hablando francamente, yo nunca pensé que usted fuera capaz de esto”, añadiendo, “he dado órdenes estrictas de que si cualquier oficial del Ejército Unido fuere asesinado o envenenado, tomaré rehenes españoles y los pondré frente a un pelotón de fusilamiento”.
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