Es normal decir que la niñez y la adolescencia “son la esperanza del mañana”. La verdad es que no son “sólo del mañana”; son, en todo momento, realidad y esperanza del diario vivir, son alegría y ternura, inocencia y candidez que hacen la felicidad no sólo de sus padres sino del entorno en que viven. Merecen, por todo ello, consideración, amor y respeto a sus derechos, a su salud, a su seguridad y a su futuro; pero…
Si bien en el sentir general parecen existir los mejores sentimientos para esta parte importante de la vida, como es el caso de los niños y los adolescentes, lo más que existe para ellos es indiferencia, descuido, lenidad, nomeimportismo, desidia y dejadez porque nuestro territorio está lleno de niños que trabajan desde tierna edad, que descuidan sus estudios, que abandonan los juegos a los que tienen derecho, que reciben como mendrugos el cariño y la atención de sus progenitores por el hecho de que deben trabajar en pos del diario sustento. Niños que reciben maltrato y son molestos para las personas a quienes se acercan, en casos, en pos de alguna ayuda.
Lo grave de esta situación es que son niños que viven alejados de los servicios médicos, de condiciones de vivienda dignos, de alimentación que fortalezca sus flácidos cuerpos; niños que muchas veces piden ayudas de limosneros que teniendo mucho no les dan nada; niños que querrían amor y respeto y, lo más importante, atención a sus dolencias, consuelo para sus desgracias y abandono.
En cambio, si bien hay presupuestos magros para hospitales, servicios de maternidad, consultorios y otros que apenas se cuenta con los dedos de una mano, no tienen los servicios necesarios porque a nadie se le ocurre construir hospitales, dispensarios, sitios de consulta y atención médica permanente. Y este es el caso de los niños, adolescentes y jóvenes que tienen cáncer o que están contagiados con SIDA; personas que padecen dolores de toda clase y no tienen para los medicamentos más urgentes, más necesarios para aliviar su dolor y menos para tratamientos serios y responsables.
El gobierno habla de políticas de cambio, de amor por los niños, de importar la salud y vida de la población y muy especialmente de los pobres, pero destina fuertes, grandes cantidades de dinero en cuestiones prescindibles, en ostentaciones, en viajes y gastos superfluos que a nadie benefician. ¿Cuál sería el presupuesto para construir y equipar siquiera tres hospitales oncológicos en el país? ¿Son “fortunas” que no alcanzarían para lo que se precisa? Y cabe la pregunta, ¿cómo alcanza el dinero para lo que beneficia a pocos y contenta sólo a entornos familiares o “al partido”? Nos jactamos de recibir muchos millones por exportación del gas y minerales, ¿no se podría destinar algunos millones de dólares para construir hospitales y clínicas oncológicas y del quemado en beneficio de tanto enfermo que hay entre nuestros niños, adolescentes y jóvenes?
Innegablemente, vivimos tiempos de contradicciones e injusticias, de carencia de solidaridad y caridad, de no entender que los derechos de los niños son sagrados, de no ver el futuro con perspectivas de esperanzas y confianza en que podemos superar nuestros males mediante la atención a nuestra población y, dentro de ella, con prioridad, a niños, mujeres y ancianos. Vivimos tiempos en los que se cree que el dinero debe servir para la ostentación y la satisfacción de ambiciones y soberbias.
Gastamos dinero en aviones de lujo, armas y aviones para las Fuerzas Armadas, automóviles carísimos, alimentos y mercaderías de uso y consumo que nosotros podemos producir; medicamentos que nuestra industria fabrica, pero damos preferencia al importado; en fin, vivimos situaciones de injusticia, insolidaridad, materialismo e irresponsabilidad que lastiman y que muestran cuánto importa lo superfluo y vano y cuánto se descuida y menosprecia lo que precisamos con mucha urgencia.
Vivimos tiempos en los que se pregona cambios, pero quienes deben ser ejecutores de esos cambios esperan las “calendas griegas” para entender las verdades del país y, tal vez, recién cambiar, pero casi con seguridad cuando sea tarde, cuando la pobreza y las enfermedades hayan cobrado muchas víctimas.
El gobierno habla mucho de los derechos del pueblo; pero olvida las necesidades más premiosas de ese pueblo. Y hospitales de toda naturaleza son necesarios y urgentes; mucho más, por supuesto, aquellos que son requeridos para el tratamiento de cáncer, SIDA, de quemados y otros males que padece nuestra población. ¿Será posible sensibilizar a quienes hablan de mucho dinero, pero disponen de él en lo que menos conviene y necesita el país?
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