[Harold Olmos]

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Jornada de la vergüenza


La del miércoles 28 de noviembre ha sido sentida por muchos bolivianos como una jornada de la vergüenza ante las muestras inocultables de una justicia envilecida, capaz de engendrar y acomodar a hombres como los que participaron en el calvario que ha vivido y continúa viviendo Jacobo Ostreicher. La jornada ha puesto ante todos nosotros escenas que sólo conocíamos de los relatos de las mazmorras de regímenes en los que la persona es sólo una prenda a ser ofrendada en aras de un principio, un partido o una ideología.

Un escalofrío recorre la columna al pensar que estos hombres han tenido en un puño el destino de muchas personas, entre las cuales Ostreicher sobresalió porque a) venía de Nueva York, b) era judío y c) era rico. El FBI ha concluido, aseguró el inversionista, que él fue prácticamente secuestrado bajo una sospecha no sustentada de legitimación de ganancias ilegales. El que mostraron las imágenes de TV es un hombre destruido físicamente, que pasó del paraíso económico a un infierno en el que, sin embargo, tiene plantada una fe inmensa: “Creo en Dios”’, dijo, manos temblorosas por el Parkinson agravado en la cárcel. Para la justicia boliviana, esas manos serán una imagen acusadora indeleble de este 2012.

Celebro que la mayoría de los medios nacionales hubiese enfocado sus luces sobre este caso, algunos con una demora de más de un año, para mostrar el rostro inmundo de la corrupción. (Esta palabra se ha vuelto un eufemismo para omitir su significado vulgar: ladrón, asaltante).

No existe atenuante alguno en este caso, que resume una torcida viveza criolla con la frialdad abyecta de la codicia por los bienes ajenos y el desprecio por la dignidad de la persona humana, concepto desconocido por quienes piensan solamente en la manera de acumular riqueza sin esfuerzo y a costa del prójimo y del Estado al que dicen servir. “Entre 10 y 15 personas se volvieron millonarias con mi arroz”, dijo en una de las entrevistas que ofreció el miércoles. Las entrevistas han sido la única garantía de hacer escuchar su verdad, embargada por jueces y fiscales pusilánimes ante la voz del poder del Ministerio de Gobierno. Veintisiete veces intentó argumentar su inocencia y recuperar la libertad, negada por el juez de turno que, según ha dicho Ostreicher, obedecía cabizbajo las instrucciones que recibía de los abogados del gobierno, ahora presos.

Ostreicher ha dicho que en Palmasola, la cárcel de Santa Cruz, el abogado Fernando Rivera ha destruido familias. En la Red Uno de TV dijo: “Si uno va a la Corte y Fernando Rivera dice que no, es no… Saben que está mintiendo; los jueces saben que está mintiendo. Yo nunca tuve (dije) nada malo con (contra) este país y (sin embargo) te destruyen y te roban todo y no te dejan hablar”. Con chaleco anti-balas y desde la clínica en la que está recluido, en el mismo programa dijo que hay muchos inocentes que no pueden llegar a los medios porque se los priva del acceso al público.

De todo este escándalo al que durante mucho tiempo el nombre de Bolivia será asociado, emerge una ironía cuyos alcances dañinos no podrán ser cuantificados de inmediato: El agro-inversionista vino confiado en la palabra del presidente Morales, quien en Suiza y en otras latitudes ha proclamado que su gobierno ofrece garantías a los inversionistas. (“El dijo en televisión que los inversionistas extranjeros pueden venir y que la inversión era segura; yo respeto las leyes de Bolivia, yo respeto a Evo Morales, di trabajo a muchas personas y fui destruido. Sus enemigos (del Presidente) son los jueces y fiscales…”).

Una de las notas conmovedoras que más indignación provocó fue el episodio que contó sobre su esposa, quien, solidaria con su marido, se vino a Santa Cruz para apoyarlo. Le llevaba comida a Palmasola, donde, bajo un sol inclemente, esperaba paciente durante horas para ingresar al penal. Ostreicher dijo que cuando salió en su defensa, pues un fiscal lo había acusado públicamente de negocios ilícitos y habló para la cadena internacional CNN, el fiscal Isabelino Gómez la acusó de interferir con la justicia. Corría el riesgo de ser llevada presa y tuvo que salir fugazmente de Bolivia.

Ostreicher tuvo la fortuna de ser visitado por Sean Penn hace algunas semanas, lo que confirió notoriedad a su caso. Ganador de dos premios Oscar, el actor fue designado por el presidente Morales como embajador para causas justas, entre ellas la demanda boliviana de salida al mar. La visita a Ostreicher puede haber catapultado otra hazaña de reconocimiento universal: la libertad de un ciudadano estadounidense preso en una mazmorra boliviana.

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