Nicomedes Sejas Terrazas
II
La encuesta previa realizada por los partidos tradicionales para la selección del candidato carismático, determinado por las probabilidades estadísticas que pueda ofrecer la mayor población del Beni (Riberalta), ha olvidado el problema de fondo, el porqué de la competencia electoral, la importancia de la pugna de oficialismo/oposición, la importancia de la alternabilidad en el manejo del poder, el objetivo de los cambios estructurales del colonialismo interno vigente y sus nuevas formas. Se ha olvidado las lecciones electorales de Sucre, Quillacollo y la de doña Savina Cuéllar en la entonces Prefectura de Chuquisaca.
El espectro electoral nos muestra una candidata oficialista con un probable apoyo del 40% de electores y la oposición dividida en tres opciones disputando otro 40%, y un 20% de electores indecisos que terminarán favoreciendo al ganador en el tramo final del proceso electoral. No hay que olvidar que el triunfo electoral del ex Gobernador fue por un escaso margen de dos puntos porcentuales respecto a la candidata del MAS. Desde entonces, la candidata oficialista ha realizado una intensa campaña desde la Agencia para el Desarrollo de las Macroregiones y Zonas Fronterizas, creada con fines puramente electorales.
La fortaleza del oficialismo es el poder, que busca reproducirse con todos los medios a su alcance, con su balsámico asistencialismo que cae en gotas sobre la sedienta inanición de los pobres, distribución discrecional de cheques en las alcaldías de su preferencia, ofreciendo desarrollo con puentes y caminos, etc. Su debilidad es su dogmatismo “socialista” orientado a instaurar una peligrosa hegemonía monopartidista, sin lugar para la democracia participativa, y un modelo económico rentista, pero sustentado coyunturalmente por la economía global, secante centralismo y un peligroso conservadurismo institucional al postergar la gestión autonómica departamental y la eliminación práctica de la independencia de poderes.
La fortaleza de la oposición es la frustración que ha provocado el “socialismo comunitario” como consecuencia inevitable de su ineficiente gestión, en la que se salva el manejo macroeconómico inspirado en las directrices del FMI; su debilidad es su propia crisis de representatividad indígena-popular, su miopía para percatarse de que la actual lucha por el poder pasa por el buen desempeño de los partidos capaces de asumir la tradicional lucha anticolonial de los movimientos indígenas, y desarrollar un liderazgo genuinamente representativo de las aspiraciones de modernización del Estado y de las estructuras socioeconómicas de Bolivia.
El candidato del “Frente para la Victoria”, Pedro Nuny, emerge precisamente por la inconsecuencia del MAS, y es el único candidato con potencial para polarizar el autoritarismo oficialista frente al verdadero cambio democrático, a condición de asumir el objetivo político fundamental de liquidar los resabios del colonialismo interno, planteado por el katarismo desde la década del 60 del siglo pasado.
El MSM, socialista de convicción, intuye el sentido histórico del liderazgo indígena y lo apoya con el único interés de trasponer el límite de tierras altas, pero un apoyo que desalienta una unidad mayor termina haciéndose funcional a los intereses del MAS.
Si bien el poder es cuestión de las mayorías electorales, tales mayorías no son estáticas ni leales incondicionales, están armadas con una racionalidad lúcida para reconocer en los hechos el verdadero sentido del cambio. Una nueva mayoría electoral en formación sólo puede hallar su representación en un partido u organización ciudadana libre de sus viejos hábitos patrimonialistas y claro en sus objetivos políticos de descolonización democrática.
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