EL Día Histórico - 30 de noviembre de 1781
II
LA EJECUCIÓN DE TÚPAC KATARI
Al amanecer del 14 de noviembre, Julián Túpac Katari, en medio de un piquete de soldados coloniales, fue extraído de la prisión con los pies engrillados y las manos amarradas; una cuerda de paja tosca colgaba de su cuello, y su cabeza estaba coronada con un casquete de cuero que tenía púas agudas que laceraban y hacían sangrar la piel de la cabeza del caudillo.
Túpac Katari, no obstante sus torturas físicas y morales, aunque caminando al suplicio, demostraba el agotamiento de su organismo, su rostro broncíneo, grave y enflaquecido denotaba su altivez y la indiferencia de sus compañeros de raza. Sus ojos, negrísimos, vivaces y febriles, contemplaron los preliminares de la ejecución revelando una dureza propia solamente de un aymara. Su mirada era severa y nada implorante.
Llegado al lugar del suplicio, fue colocado brutalmente de rodillas en el centro de la plaza, se le cortó la lengua; después fue extendido de espaldas sobre el suelo. Los circunstantes se replegaron a los bordes y dejaron lugar a los verdugos, quienes aseguraron unas anillas de cuero en las muñecas y tobillos de Túpac Katari, sobre las que ataron fuertemente cuatro recios lazos de cuero, previamente mojados y que por sus otros extremos se unían sólidamente a las cinchas de cuatro briosos corceles que tiraban de las cuerdas que atenazaban los miembros del infeliz Túpac Katari, los cuales a una voz del verdugo mayor, picaron espuelas a los caballos y partieron a un mismo tiempo y con carrera bien calculada.
Los miembros del ajusticiado se distendieron y un gemido espantoso le arrancó de la garganta el tremendo dolor de la salvaje dilaceración. Detenidos los caballos por la primera resistencia del cuerpo de Túpac Katari, fueron picados de nuevo una, dos, tres y muchas veces, hasta que lentamente fueron desgarrando en medio de dolores indecibles los brazos y piernas del infeliz caudillo indígena, cuyo cuerpo, durante los largos minutos del bárbaro despedazamiento, quedó pendiente en el aire, temblando y agitándose.
Por fin, después de largos y porfiados tirones, al extremo de las cuerdas ya sueltas, aparecieron unas piltrafas sanguinolentas, arrastradas por los caballos, que en libertad de lanzarse adelante, partieron a gran velocidad; mientras en el centro de la plaza, la cabeza golpeada y sangrante del mártir, juntamente con su tronco informe, cayeron pesadamente sobre el suelo.
Pero ni aquí acabó el suplicio de Túpac Katari. La cabeza del cadáver fue seccionada por el verdugo y conducida a la ciudad de La Paz, donde se la exhibió en una picota colocada en la Plaza de Armas durante unos días, y después en el cerro de Killi-killi, una de las manos -la derecha- fue colocada en otra picota y expuesta en los pueblos de Ayo-ayo y Sicasica; la mano izquierda se la envió a Achacachi; la pierna derecha a Chulumani en la provincia de Yungas y la izquierda a la provincia Pacajes.
Después de algunos días de exhibición en picotas con carteles infamantes estos restos del bravo caudillo aymara fueron quemados en grandes hogueras y sus cenizas arrojadas al viento, en presencia de autoridades y verdugos y con la concurrencia forzada de millares de indígenas que habían servido bajo las banderas del ajusticiado.
En esta forma fue aplicada la justicia de los blancos contra un siervo indígena que tuvo la osadía de encabezar un formidable movimiento de liberación a favor de su raza explotada y oprimida.
El destino del caudillo aymara se había cumplido.
EL DIARIO, noviembre de 1928.
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