El ser humano tiene la capacidad de transformar con su inteligencia y voluntad el mundo físico y moral para aprovecharse del cambio introducido en esa realidad. Esto puede ser tanto positivo como negativo, pues la mente únicamente es un instrumento psíquico, una herramienta para vencer el reto de vivir lo más humanamente posible en el mundo. Cuando el cambio introducido beneficia a los otros, es loable, por la ayuda que brinda solidariamente a los demás; pero cuando va en contra del orden moral y jurídico, conseguido mediante la experiencia muchas veces dolorosa, desequilibra a la sociedad, introduce el germen del desorden y del individualismo secante que la puede aniquilar. De ahí que toda sociedad se defienda de la corrupción con medidas drásticas para preservar su existencia armónica.
Dentro del grupo social hay algunos desequilibrados que se miran únicamente a sí mismos, porque han perdido el sentido del servicio, de la unión del uno con el otro para funcionar más sólida y fraternalmente como sociedad. Esos seres cortan la unión que hay entre inteligencia y ética; entonces estamos ante el peligro de la inteligencia aislada, capaz de cualquier crimen porque ha perdido el sentido de límite, de bien y de mal para sustituirlo por: esto me beneficia o esto me perjudica. Son francotiradores morales que disparan actos nocivos capaces de matar o herir mortalmente al grupo con el absurdo que han introducido.
Que la corrupción es un mal originado junto a la humanidad es un hecho, pero también lo es que el remedio introducido mediante la norma moral o la ley jurídica, justa, racional, equilibrada, también viene de antiguo. En nuestros días se ha descubierto una red de corrupción que ha dañado a la sociedad, pues una red sirve para pescar en río revuelto, porque es una asociación de varias personas que se han juntado con el objetivo de beneficiarse con el perjuicio causado al otro, a la persona que extorsionan, a la víctima, con lo que ganan dinero y poder. Y con esto obtienen mayor ganancia y mayor poder, en una espiral peligrosa para gobernantes y gobernados.
El Gobierno pierde no sólo prestigio en un tiempo preelectoral, sino el relativo control de la sociedad, lo cual puede tener serias consecuencias políticas y sociales para todos. El gobernado, el hombre de a pie, pierde confianza en instituciones fundamentales como la justicia, que ya estaba de por sí bastante deteriorada; en la capacidad de sus autoridades para darle la seguridad de realizar sus actividades en un marco de garantías sociales y legales, con lo cual la desmoralización, el desánimo, se va generalizando en perjuicio de todos, pues el país se estanca. Políticamente, significa o ausentismo o voto castigo. Por eso todos, gobierno y sociedad, debemos reaccionar al unísono pidiendo sanciones ejemplarizadoras para los asociados criminalmente en esa red.
También llama la atención que la defensa de esas personas se base en las llamadas pruebas judiciales, cuando todos sabemos que nadie va a firmar un documento que diga, por ejemplo: “Yo, fulano, he recibido la suma de tantos dólares en concepto de coima”. O, “Yo firmo este recibo de tanto por la extorsión realizada a mengano”. Creo que en este caso se debe llegar a un careo entre los hasta hoy supuestos delincuentes con las víctimas, que se han animado a denunciarlos públicamente, en presencia de los jueces, jurado imparcial y la prensa, para que todos veamos el accionar de las autoridades judiciales.
Lo contrario es justificar el absurdo que pone lo adjetivo jurídico por encima de lo sustantivo, que le da más valor al procedimiento (que tiene su relativa importancia, claro) descuidando lo fundamental: el hecho de haber cometido actos ilícitos y de haber dañado a la sociedad, a la imagen del Gobierno, y, sobre todo, del país.
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