En semanas más, el presidente Evo Morales y su partido, el MAS, habrán cumplido siete años en posesión del Gobierno que inicialmente tuvo la intención de hacer gestión, de realizar cambios profundos y de conducir a la nación por derroteros antes no recorridos. Un lustro y dos años que han desparramado una serie de experiencias en el pueblo y que podían haber sido efectivas en todo sentido, especialmente si se tiene en cuenta que el régimen contó, por efecto de los resultados eleccionarios de diciembre de 2005, con la confianza y credibilidad de una mayoría del Padrón Electoral que había votado por quien resultó ganador.
Mucho se recorrió, pero poco constructivamente, sea por inexperiencia en el manejo gubernamental o por cubrir exigencias del entorno y, en muchos aspectos, porque surgió una especie de susceptibilidad en las autoridades y en parte del mismo pueblo. Todo ello debido a que no se actuó con todas las verdades que el momento requería y que las circunstancias se encargaron de agravar o debilitar.
Pese a lo que se crea, en sectores poblacionales que se creía contrarios al MAS y su candidato, hubo votación en su favor porque habían esperanzas de cambio abandonando viejos moldes que no le habían hecho ningún bien al país. Lo lamentable -y así tendrá que reconocerse- es que no se produjo cambios en añejas costumbres como la ineficiencia, la deshonestidad, la carencia de responsabilidad en el manejo de los intereses públicos; es decir, se fueron repitiendo errores porque primaban los intereses sectarios, de partido, de grupo y las egolatrías que tanto daño han causado.
¿Por qué no se cambiaron procedimientos que bien se sabía dañaron al país y lo postraron en más pobreza y subdesarrollo? ¿Por qué repetir viejos antagonismos y el ver enemigos en todo? ¿Para qué las posiciones engañosas de creer que “el partido” lo puede todo, cuando bien se sabe que no podía ni estaba preparado para encarar los diversos problemas? ¿Es que se creía que imitando viejas costumbres se arreglarían situaciones ajenas al interés general? ¿Por qué no hubo la sinceridad honesta y responsable de reconocer cuán poco se sabía habiendo mucho que aprender?
Hay, pues, interrogantes no siempre fáciles de responder; pero, si bien habrá conciencia de muy poco en siete años de frustraciones y creencias, también de que “se hizo todo bien”, debe llegar el tiempo de las verdades, de encararlas serena y dignamente, con altura y decisión de cambio efectivo, pero no el cambio de políticas que dañaron, por otras como el socialismo de izquierda extrema y recalcitrante que causaría más daños que los sufridos en más de 187 años que tiene la República de Bolivia, que hoy ostenta el añadido de “plurinacional”, como si esa palabra cambiaría el sentido y el espíritu de la Patria que es de todos y que espera el concurso, esfuerzo, dedicación y trabajo de todos.
Innegablemente, el Estado que es toda Bolivia y el Gobierno ganarían más con esgrimir las verdades que están a la puerta de realidades que muchas veces nos negamos a entender y vivir. Todo cambiará en tanto y en cuanto se encaren los hechos, los problemas y las perspectivas con verdades, evitando sofismas y medias verdades demagógicas y populistas que hacen daño por igual al Gobierno y al pueblo.
Creer que “vivimos en jauja” es, simplemente, cubrir de nebulosas nuestras realidades que sí las sufrimos; sería buscar tapar el sol con el índice de una mano; sería desterrar el aire que respiramos para trocarlo con más engaños y situaciones negativas. Es tiempo de creer efectivamente en el pueblo, sin hacerle creer que somos lo mejor, cuando sabemos que no es así pero que sí podemos conseguir lo mejor para todos pero con la verdad y la honestidad de entender que todos somos hijos de la misma Patria.
Hoy, luego de tantos años con hechos más negativos que positivos, se produjo el gran destape de corrupción que compromete seriamente a altos funcionarios. Lo que corresponde es actuar dentro del espíritu de la Constitución, las leyes y la práctica y aplicación de la justicia, juzgando y sancionando a quienes resultaren culpables y hacerlo en planos de equidad y ecuanimidad respetando derechos, y, finalmente, que las experiencias sirvan para cumplir con la institucionalidad con cambios positivos en bien del país y que redunden, por sus frutos futuros, en favor del Gobierno.
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