[David Foronda]

¡Más pobres, más deprimidos!


¿Qué debemos entender por depresión?, la acción de deprimir o deprimirse; decaimiento del ánimo o de la voluntad, según dos acepciones de esta palabra en el diccionario, al margen de otras utilizadas sobre todo en psiquiatría. Como fuere, lo cierto es que la depresión se va convirtiendo en una epidemia mortal.

Resulta que la mala calidad de vida, producto de nuestras ciudades congestionadas por el caótico y pésimo servicio de transporte público; las aceras y calzadas convertidas en mercados por millares de personas que tratan de llevar al hogar el pan diario; la creciente inseguridad por la brutal delincuencia; los precios de la canasta familiar que casi constantemente van subiendo; los bajos salarios que no alcanzan para cubrir las necesidades familiares; la falta de empleo; la incertidumbre que azota a la sociedad; el maltrato a niños y ancianos; el encarecimiento del costo de la vida, entre otros factores negativos, están ocasionando que mucha gente se deprima y desespere hasta extremos dramáticos.

Es algo que sucede en muchos lugares del mundo, no es un tema nuevo. Por ello en septiembre de 2009 la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzó la voz de alerta en su primera Cumbre Global de Salud Mental, realizada en Atenas, Grecia, en sentido de que el año 2030 la depresión será la enfermedad más común de la humanidad, con incluso mayor mortalidad que el SIDA o el cáncer.

En esa ocasión también se dijo que el problema alcanzará características de epidemia, de manera particular en los países menos desarrollados, donde las autoridades sanitarias apenas estaban destinando menos del dos por ciento de sus presupuestos nacionales a servicios de salud mental.

Hace algunos años ya habíamos escrito sobre la necesidad de dar una adecuada atención a esta problemática, precisamente luego de escuchar las aseveraciones de un psicólogo clínico, quien hasta sugirió que el país tenga un Ministerio de Salud Mental, debido a los innumerables desatinos en los que se incurría entonces desde diversas esferas del poder nacional.

Lo evidente es que la depresión viene como consecuencia de factores adversos y negativos que al parecer abaten o quitan el ánimo a las personas. Por eso se afirma “cuanto más pobres, más deprimidos”, pues ¿qué mujer o varón puede estar contento con las tremendas carestías, necesidades, angustias y contratiempos severos por los que atraviesa? Nadie. De ahí que se puede convenir en que es prioritario mejorar las condiciones y calidad de vida de la colectividad en general, atendiendo el clamor de quienes hoy se debaten en situaciones nada propicias.

Es algo que puede ser atendido, pese a que algunos hablan inclusive de la precariedad de nuestro sistema de salud, cosa que queremos creer no es así. Sin embargo bueno será que nuestras autoridades del campo sanitario comiencen a preocuparse por éste tema que quizá pasaba desapercibido, puesto que, lo reiteramos, se afirma que la depresión es una enfermedad tan real como otras, haciéndose necesario brindar una atención adecuada a todo ciudadano que lo requiera, ya que es obligación del Estado velar por su capital humano.

El tema da para mucho más, solamente damos una especie de alarma, luego de haber conversado en estos últimos tiempos con mucha gente que se siente afectada dramáticamente por esos avatares de la vida diaria que, de modo lamentable e irremediable, parecieran llevarlos a la locura. Por las noticias que recibimos a través de los medios de comunicación, o por medio de corrillos populares, sabemos que no hay exageración sobre el particular.

Por ejemplo, aumentan casos dramáticos, como el suicidio de un padre o una madre junto a sus hijos porque la vida se hacía insostenible para ellos, mientras otros afrontan una especie de calvario por falta de hasta mínimas condiciones dignas de subsistencia, resultando así la depresión como verdugo para ellos. Estamos, pues, a tiempo de buscar soluciones a fin de brindar ayuda a quienes lo requieran.

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