Quienes creen que la humildad es una forma de sometimiento de las personas a otras, están equivocados porque humildad es, simplemente, una virtud, especialmente difundida y practicada por el cristianismo y que no es otra cosa que “el reconocimiento de nuestras limitaciones y debilidades y el obrar de acuerdo con este conocimiento”.
Sobre la base de esta definición, podemos convenir en que la humildad es una virtud, es la expresión de los sentimientos nobles del ser humano, es el obrar conforme a virtudes teologales o de la moral más acrisolada, especialmente cuando se trata del comportamiento que se tiene con las personas y en política y acciones sociales, por ejemplo, estaría referida a la práctica de la verdad, la sinceridad y la honestidad.
La humildad es algo que ensalza a la persona, la hace confiable y digna de consideración y respeto porque no se la considera pedante, atrabiliaria, prepotente o nada respetuosa de los derechos de los demás. Es, pues, la humildad un principio de obrar con libertad responsable, practicando virtudes que ensalzan a quien la practica y a quien está dirigida.
Humillarse es denigrante, bajo, contrario a principios de dignidad, de honra y consideración por uno mismo; es, de alguna manera, someterse a la voluntad y arbitrio de quien busca imponer su voluntad y prepotencia, atenido a poderes de cualquier naturaleza. Humillarse es bajar la cabeza en señal de asentimiento ante un superior; es, constructivamente, un acto de respeto y saludo cuando se trata de comportamientos protocolares (caso de las costumbres en países orientales).
La política partidista de cualquier tipo practicada en nuestro país tiene mucho de prepotente y soberbia, cuando debería ser un acto de humildad, que es servicio digno, como debe ser el accionar de la política constructiva. ¿Cuánto han perdido los que tienen poder económico, social o político sólo por no actuar siquiera con algún dejo de humildad? ¿Cuánta consideración y respeto han perdido ante sus mandantes y de sus posibles electores o subalternos en cualquier cargo tan sólo por causa de no obrar con humildad y hacer gala de prepotencia?
Los regímenes del mundo que han asumido actitudes esclavizantes contra muchas personas, lo que han hecho es someter a “sus” esclavos, sin reconocerles dignidad ni derecho alguno, tratarlos inclusive como “si no tuviesen alma” y, al humillarlos, los maltrataban, les imponían trabajos y obligaciones no acordes con sus fuerzas; los vendían al mejor postor, porque ellos los adquirían en “mercados de esclavos”. Muchos países ricos y desarrollados de hoy han cimentado parte de sus fortunas en la esclavitud, que es el grado de humillación más cruel que existe, es el desconocimiento de igualdad con sus “amos” o tenedores como propiedad.
En nuestro país, por derivación de conductas provenientes del dominio del incario o de los conquistadores españoles, los indígenas o nativos han sido sometidos a una especie de esclavitud y se les exigió trabajos y sacrificios sin límite. Pero esa situación fue suprimida hace muchísimo tiempo y gobernantes y gobernados han llegado a la conclusión de que todos, al ser hijos de Dios y de la misma Patria, somos iguales, con los mismos derechos y merecemos respeto, consideración y dignidad, sin que nadie pueda o deba imponer sometimientos de ninguna especie.
Hoy, en algunos regímenes totalitarios del mundo, el sometimiento a doctrinas materialistas da lugar a que el pueblo sea humillado y sometido a la voluntad omnímoda de sus dirigentes.
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