182 aniversario de la muerte del Libertador

El ciudadano más enaltecido de tierras americanas nació bajo los blasones de una de las más hidalgas y acaudaladas familias caraqueñas. Pese a gozar de una gran fortuna, títulos nobiliarios y una brillante educación forjada en el viejo continente, quebrantó su salud en forzadas campañas y la refriega en pro del fortalecimiento de la unidad continental, exponiendo su propia existencia para defender y salvar la vida de sus semejantes oprimidos en el Nuevo Mundo, y por triste ironía del destino terminó sus días prematuramente envejecido, sumido por la ingratitud humana en la miseria y el abandono.

…Para vergüenza de las generaciones venideras, ¡su mortaja incluyó una camisa prestada!; y lo peor en todo esto, es que a cerca de dos centurias de su tránsito al más allá investigaciones recientes sostienen que su deceso acaecido cuando contaba con 47 años de edad, no fue resultado de la enfermedad o muerte natural sino que se trató de un alevoso y premeditado crimen que la contra revolución criolla había fraguado en nombre de la propia emancipación, para usurpar el poder popular y disfrutar de los privilegios que antes detentara la Corona.

No obstante, mucho más cruel que el desencanto que provoca la ingratitud humana, para él sería observar -no sin horror-, desde su lecho de muerte, el desmoronamiento de su obra, pues al día siguiente de conseguirse la libertad latinoamericana, ya se habían apoderado de las naciones a las que ofrendara sus desvelos la desunión, la discordia y el caos para convertirlas en la América cada vez más pobre, dependiente y dividida que prevalece hasta en nuestros días.

Luego de la victoria conseguida por las armas, Bolívar reunió a las nuevas naciones americanas en el Congreso Anfictiónico de Panamá con la intención de constituir la Grande Patria Latinoamericana, que sin embargo no se llegaría a concretar por la inconsecuencia demostrada entre las naciones, así como los consabidos resabios colonialistas de las potencias que imperaban entonces, de acuerdo con el famoso precepto de “Divide y reinarás”...

Sin embargo, por el simple hecho de haber logrado reunir a las nacientes repúblicas americanas en el Congreso de Panamá, dando inicio de esta manera al movimiento de integración entre nuestros pueblos, se lo puede considerar un adelantado a su tiempo y el precursor de la Organización de Naciones Unidas (ONU), donde en la actualidad los representantes de la comunidad internacional dialogan y dirimen sus diferencias a la manera de las antiguas anfictionías griegas.

Lo mismo se puede afirmar en cuanto a la Organización de los Estados Americanos (OEA) y otros organismos regionales, principalmente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), fundada el 3 de diciembre de 2010 por los Jefes de Estado y Gobierno de la región, durante la Cumbre realizada en la cuna de Bolívar, la capital venezolana.

Tampoco se debe olvidar que es el iniciador del ideal de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, al haber propuesto en 1821 a Fernando VII un amplio proceso de reconciliación con el propósito de establecer una Confederación entre España y los pueblos “Libres” de América, que de no haber sido rechazado por el monarca español hubiera convertido a la región en la comunidad idiomática, social, económica y política más vasta y poderosa de todos los tiempos...

La idea había sido gestada a fin de lograr la más auténtica y perecedera unión, pues una vez rotos los nexos de dependencia, era evidente que inmediatamente aflorarían los objetivos y metas comunes que hubieran permitido consolidar una vigorosa alianza entre todas las naciones iberoamericanas. Ante la negativa, Bolívar se limitaría a continuar la lucha y tres años más adelante se consigue sellar definitivamente la victoria, al expulsar en los campos de Ayacucho al último reducto del ejército español.

Finalmente, aunque resulte manido como elogio por alcanzar la libertad de las repúblicas de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú, Bolivia, y haber influenciando de manera determinante en la emancipación de todo el continente austral, recurrimos una vez más a repetir el apelativo con el que fuera honrado a su ingreso triunfal en Caracas en octubre de 1813, cuando ostentando el grado de General apenas contaba con 30 años de edad, es decir el de “El Libertador”, que sobradamente lo merece y supera a todos los que el orgullo humano pueda recibir.