Son pocos los que ahora llevan en sus espaldas la carga, ahora el peso es trasladado en carretillas o en pequeños carros.
La labor de los cargadores, más conocidos como aparapitas fue modernizada en el último tiempo ya que antes estos trabajadores sólo podían utilizar su espalda de acero para realizar el servicio de traslado de diferentes artículos, ahora cuentan con carritos o carretillas para trasladar la mercadería.
Uno de estos casos es el de don Esteban, un trabajador que deja su hogar con los primeros rayos del sol, se asea como de costumbre pero obvia la limpieza de sus zapatos porque éstos no durarán más de 20 minutos limpios porque por su oficio debe recorrer largas distancias durante la jornada, sin embargo, eso es lo de menos porque agregado a ello, debe soportar grandes cantidades de peso sobre su espalda.
Esteban es un aparapita que se gana la vida peso a peso por trasportar mercadería con cortos trechos a cambio de tres, cuatro y hasta siete bolivianos.
“Yo me dedico a esto desde que tenía 15 años, quedé huérfano casi cuando era niño y a mis padres sólo les quedó tiempo para heredarme la costumbre de un trabajo duro pero digno”, comentó don Esteban de 48 años.
Las características de su trabajo hacen que Don Esteban deba estar en contacto con la tierra y las manchas de su ropa hacen que en ciertos momentos se sienta discriminado por la sociedad.
“Cada carga está plegada de polvo de los abarrotes o de los quintales nos dejan de pies a cabeza blancos, por eso no podemos estar bien ‘pijecitos´ durante el día, creo que por eso algunas personas piensan que somos de la mala vida y hasta evitan acercarse, nos hacen un lado, además algunas señoras ‘jailonas´ como si fuera gran cosa nos tiran el dinero, todavía incompleto”, aseveró el aparapita.
Él, como muchos otros, ejerce su oficio en los diferentes mercados de la urbe y aunque él asegura que el trabajo no le falta, piensa que su esfuerzo no percibe justa remuneración.
“Al final del día quedamos molidos, es que no es fácil, además antes no sentía mucho ahora me pesan los años también, pero es preferible sufrir por el trabajo a sufrir por la falta de trabajo, lo que me molesta es que tanto trabajo y cuando llega la noche cuento el dinero y me parece que no me alcanzará para vivir”, agregó el entrevistado.
Su herramienta de trabajo, aparte de su espalda de acero, es un conjunto de sogas para sujetar la carga.
“Yo aprendí a la antigua, así me gané la vida todos estos años, pero la tendencia es ahorrar un poco para comprar una carretilla que evite el dolor en la espalda, estoy ahorrando para eso, porque mis compañeros, los que ya tienen, ganan más que yo y no se lastiman tanto la espalda”, aseguró Juan.
Sin embargo, aunque se beneficiaría mucho, el admite que la esencia de los aprapitas se perdería por la modernidad.
“Es un problema también porque las vendedoras, que son nuestras principales clientes, también están optando por comprarse uno de esos y ya no requieren de nuestros servicios”, manifestó el aparapita.
Los aparapitas en esta época del año hacen del barro su camino, senderos que atraviesan con esfuerzo y alegría pero con una preocupación latente en la madures de su vida, la vejes.
“Lo único que me preocupa es qué haré cuando ya no me queden fuerzas para cargar los ‘bultos´, cómo voy a conseguir dinero para vivir, me pone triste pensar en eso más aún porque ya no soy joven y este trajín de vida hace que nuestro cuerpo adquiera muchas enfermedades, ahora mismo, siento dolor en los hombros que los fomentos no me calma”, señaló Juan.
Ser aparapita, como otros cientos de oficios en El Alto, puede darle a los ciudadanos lo suficiente para vivir. Aunque tengan los pies llenos de barro, el futuro les es incierto, sin embargo, no por ello dejan de realizar un servicio a los ciudadanos que deben trasladar sus mercancías diariamente.
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