El mundo está ávido de paz, de concordia, de unión, pues los acontecimientos que estamos viviendo, así nos lo muestran. Violencia por todo lado, como si un demonio se hubiera levantado para remover los impulsos más bajos del ser humano: odio, rencor, venganza, envidia, interés mezquino que arremete contra los derechos y las vidas de nuestros semejantes para arrebatarles sus bienes, su dignidad y su sosiego, en un afán antihumano en el que el hombre se comporta como verdadero enemigo de su semejante, llevándolo a niveles de destrucción pocas veces visto en la historia.
Al acercarse la Navidad, el nacimiento del Mesías prometido para salvar a los hombres, es necesario que todos cobremos consciencia de nuestra situación, y pongamos nuestro grano de arena para unirnos al corazón salvador, del salvador, y nos propongamos salvar al hombre de sí mismo, de nuestro egoísmo, de nuestra indiferencia, y comprendamos que el ser humano no puede vivir aislado sino en grupo, y, que, por lo tanto, somos parte del todo que es la humanidad. Por eso, toda acción nuestra repercute en la marcha de la humanidad, negativa o positivamente; que, en suma, como dice Dostoievski, soy responsable del mal que hay en el mundo, y ese yo, es el de cada uno de los hombres.
Recordemos que cuando Jesús nació en Belén, los pastores fueron despertados por el ángel con el mensaje de: “Paz a los hombres de buena voluntad”. Paz, que si bien es un don, un regalo de Dios al alma del hombre de buena voluntad, debe ser cultivado por el ser humano, como se cultiva la tierra, regalo natural, que, para dar fruto necesita del trabajo humano. El cultivo de la paz es aprender a poner en orden nuestras facultades interiores, sintonizando al cuerpo con la psique, y a éstos, enlazándolos con el espíritu, con la libertad y la trascendencia, que nos lleva a unirnos con la vida por excelencia, que es Dios.
De esta manera recibiremos el fruto de la paz, esa calma interior que nos puede llenar de amor, de comprensión, de unión. Buena voluntad, es decir, tener la capacidad de mirarnos como seres imperfectos, necesitados de ayuda, y, claro, la primera ayuda es la nuestra, la ayuda interior, la comprensión de nuestra situación para clamar por los valores que se nos han de dar para abrirnos a lo exterior; es vencer la prisión del egoísmo.
Ahora que se habla de “proceso de cambio,” empeñémonos en cambiar en el interior de nosotros mismos, y, así, tener la capacidad de cambiar a los otros y al mundo, pues quien no abre su alma a los llamados de la vida, no cambia, no vive. En ese caso, el mensaje es vacío, y en realidad nada cambia, porque para cambiar debemos revolucionar nuestro interior introduciendo valores espirituales, lo cual significa apertura al otro y a lo otro, al prójimo, al mundo y a la existencia y sus voces.
Paz a los hombres de buena voluntad que tienen la disposición de escuchar los llamados del otro. En el caso de los políticos, la disposición de mirar más allá de sus intereses inmediatos, para mirar las necesidades del ciudadano, y empeñarse en ayudarlo con planes concretos, viables y humanos. En el caso del juez, ejerciendo justicia con ética, con respeto al hombre y a la ley, pues ésta es instrumento, no fin en sí mismo.
Paz al ciudadano de buena voluntad que respeta al prójimo, y se afana en trabajar honradamente en beneficio propio y de los demás; paz al maestro de buena voluntad, que no retacea ni su esfuerzo ni su conocimiento para enseñar valores y conocimientos en el alumno; paz al profesional que no vende su conciencia; paz a quienes respetan el equilibrio ecológico, con el cual la tierra se hace verdadera fuente nutricia para todos. Paz a los hombres de buena voluntad en esta Navidad, y siempre.
El autor es Miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua,
correspondiente de la Real Española.
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