Siete años de gobierno en los que se ha formulado promesas de cambio con miras a transformar el país, a darle nuevos rumbos que conduzcan a la nación por los derroteros del desarrollo y el progreso; pero, sea por la inexperiencia o por ausencia de capacidad para encarar los diversos proyectos, casi nada de ello se cumplió y es el propio régimen el que, conciencialmente, debe reconocerlo y retomar caminos que nunca debió abandonar.
Somos país pobre y subdesarrollado; precisamos con suma urgencia dar pasos importantes para abandonar situaciones de postración y, en cambio, se han deteriorado todos los planes para producir más, atraer inversiones, practicar labores de prospección, exploración y explotación de hidrocarburos, minerales y otros necesarios a la economía nacional y mundial. La consecuencia de todo esto es que hemos cerrado las compuertas de las exportaciones porque lo poco producido se consumió en el país y las perspectivas se han cerrado mientras no hayan cambios sustanciales en las políticas que tiendan a producir, crear riqueza y generar empleo.
Efectivamente, reconociendo todo lo no hecho y con el propósito de cumplir con lo que debió hacerse, corresponde ahora tomar conciencia sobre tres caminos importantes que, por lo urgentes, se convierten en desafíos no sólo para el gobierno sino para la actividad privada y para el pueblo que deberá cumplir papeles importantes en la concreción de lo que se haga: educar es lo más prioritario porque sólo la educación abre las puertas del desarrollo y el progreso, ya que pueblos sin educación están condenados al fracaso de todos sus intentos. La educación es la piedra angular de todo programa de realizaciones porque son los profesionales, los técnicos y las comunidades culturizadas y educadas las que conformarán las fuerzas que permitan superar las barreras que la pobreza se encarga de agrandar.
El segundo desafío radica en producir; es decir, abrir las compuertas para las inversiones con miras a crear instituciones, empresas, corporaciones, compañías agroindustriales e industriales que generen riqueza y creen empleo para que justamente la gente capacitada y preparada pueda levantar y ensanchar todo lo que esté proyectado. Es preciso garantizar inversiones nacionales y foráneas, atrayendo tecnología y recursos humanos que nos ayuden a la capacitación de lo propio con el uso de esa tecnología que, como ocurre en los países desarrollados, pueda ser básica para aplicarla, mejorarla y ampliarla en sus proyecciones.
Como tercer desafío está el crecer; es decir desarrollar el país con las inversiones debidas, evitando gastos fantasiosos hasta llegar a cimas importantes de progreso; para ello es justamente la formación de valores mediante la educación y la inversión de recursos financieros, tecnológicos y humanos. El crecimiento debe ser continuo y fortalecido con el esfuerzo y trabajo, disciplina y capacidad creativa, eficiencia, eficacia, honestidad y responsabilidad para que sea efectivo y, además, pueda ser semillero para que las futuras generaciones superen todo lo que posterga al país.
Como complemento a esos desafíos que adquieren mucha urgencia conforme pasa el tiempo y avanzan los demás países, habrá que prescindir de la politiquería partidista de extremos que sólo maniata las capacidades de nuestra población, reduce las posibilidades de inversión y creación de riqueza.
La desunión, la práctica de complejos y sentimientos racistas que tanto se han practicado en los últimos siete años, no pueden continuar y menos seguir como parte de la conducta de los gobernantes y su entorno. Sólo cuando se hayan cumplido muchos de los objetivos señalados - sin ser los más perfectos o más aconsejables - será posible conseguir la unidad nacional y caminar por un desarrollo armónico y sostenido con la premisa de que todos somos hijos de la misma Patria.
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