Con garra, pasión, honor y goles

¿Usted fuma? Bueno, en realidad no tiene importancia pero si lo hace le recomiendo que pida un café para acompañarlo ya que la historia que le contaremos tiene ribetes emo­cio­nantes y picos emotivos muy ele­va­dos; sí, la verdad es que se comentó en todos los tonos, las radios, la tele y los periódicos abundaron en detalles, empero, no podemos dejar de decir nuestra palabra respecto al que fue el mejor partido del año. Fue un partidazo y lo protagonizaron los dos mejores equipos. ¿Lis­to el pucho y los “fécas”? Aquí vamos.

Acto primero
Van 92 minutos del partido. Joaquín Antequera, el árbitro, ha tocado el silbato y acto seguido le saca la tarjeta amarilla a Ronald Gutiérrez y ordena repetir el tiro libre; esta vez unos metros más adelante. El plantel paceño se impone por dos a uno. El cotejo no podía tener otro final, con nervios, reclamos, gritos, corazones acelerados, desesperación, es que no podía concluir de otra forma porque…

Acto segundo
Corre el minuto 19 de la primera parte. Alex ha recibido un regalito de Rivero, el último defensor de La Paz y el mejor jugador del año lo agradece con un tiro sutil que se convierte en el primer gol del partido. La tribuna estalla como si se tratara de un equipo local. Ha jugado tan mal el equipo de Apaza que me pregunto qué pasa por la cabeza de los jugadores azulgranas. Han perdido la marca, la pelota y no están dos a cero abajo debido a que Machado ha mandado tres ba­lones al corner. San José juega como un equipo campeón.

Acto tercero
Son 24 minutos del segundo tiempo y Gualé acaba de cabecear un balón que describe una parábola inatajable para cualquier arquero, por eso los hinchas saltan gritando el gol antes de que el balón entre en el arco. Pero antes de este em­pate La Paz no sólo ha he­cho méri­tos, por fin se enteró de que estaba jugando una final. Metió, corrió, peleó, luchó e igualó y todo con nueve hombres. San José que tenía todo para ganar y golear, entregó una ventaja y lo paga caro con el em­pate que comienza a des­es­pe­rar­los.

Acto cuarto
Van 34 minutos del segundo periodo y un desconocido Ronald Gutiérrez, (está jugando su peor par­ti­do), ama­ga ante un de­fen­sor y saca con la iz­quier­da un en­de­ble remate (un toa­llazo en rea­li­dad), que cobra fuerza tras desviarse en un defensor y des­co­locar al arquero que se tira y, como si de una cámara lenta se tratara, el balón va contra el palo izquierdo para luego entrar al arco. Dos a uno a favor de La Paz Fútbol Club. ¡Y pen­sar que es­ta­ba casi muer­to!.

Acto quinto
Son ahora 39 minutos del segundo tiempo. Carrasco, el mediocampista de La Paz acaba de cometer un pecado capital futbolero, ha hecho un penal. El encuentro estaba ase­gurado y el peruano acaba de tirar por la borda todo el trabajo es­for­za­do de los locales. Se acerca Moyano al punto del penal y el silencio gana el estadio, al extremo que el silbato dando la orden se escucha hasta en la calle. Machado elige tirarse a la izquierda y da un paso en ese sentido; el argentino puede elegir el otro lado y es gol, efectivamente, elige el otro lado pero remata con tanta fuerza que la manda por en­ci­ma del arco. Los hinchas se miran atónitos, confundidos, y no falta quien le dedique al goleador aquello de “Moyano h…”. Es para no creer. El mundo se viene abajo.

Epílogo
Corre el minuto 47 del segundo tiempo. Alex ya sacó el remate, un verdadero latigazo, Machado no puede contener el esférico, el rebote lo toman tres delanteros de San José contra uno de La Paz; el ar­que­ro está tirado en el suelo, Paz García no llega al cruce, Aguilera tampoco y aparece Moyano contra el arco desguarnecido. Cómo son las cosas del fútbol, el que perdió el penal, el que debajo del arco falló dos goles cantados, el jugador al cual la tribuna le dedicó el recuerdo de su familia, sí, ese jugador, con­vier­te el gol del empate y se vuel­ve el héroe de la jornada. Allá está, fes­te­jando con la tribuna, to­mán­do­se la revancha de una jornada ne­gra. Fue el partido del año en el fútbol liguero, de esos que tenemos de cuando en cuando, pero que­re­mos que sea cada domingo.