Vanamente y desde hace mucho tiempo, se hace cábalas sobre las bondades y maldiciones de las hojas de coca; se les atribuye milagros y desgracias por igual. Las experiencias de consumidores consuetudinarios y los resultados de estudios científicos muestran que la cocaína que se produce con las hojas de coca es dañina y hasta letal para el ser humano; pero, aferrados a tradiciones y costumbres, hay sectores que le atribuyen condiciones milagreras difíciles de concebir.
Ente lo mucho que se ha sostenido y verificado por masticadores o acullicadores están dos realidades: la coca que producen los Yungas paceños “es suave y dulce” y sirve para la masticación; la coca que se produce en el Chapare y otras regiones del trópico cochabambino “es dura, amarga y gruesa” y no sirve para masticar. Son verdades expresadas por los mismos campesinos del Chapare; sin embargo, el Chapare y algunas regiones aledañas se han convertido en una especie de emporio de los cultivos y, para mayores males, los Yungas también son víctimas del cultivo de más coca, hasta el extremo de haberse abandonado los cítricos, café, bananos y muchos otros productos agrícolas que proveían a los mercados.
De cualquier manera, una u otra calidad de coca, (pese a alguna cualidad medicinal) es dañina para la salud de quien las mastica, así sea en escasa cantidad; lo es más cuando se la industrializa y convierte en pasta base o cocaína cristalizada que invade los mercados nacionales y se exporta por las vías del contrabando a países y regiones del mundo que esperan que sea Bolivia, conjuntamente el Perú y Colombia, los que reduzcan su producción, atribuyéndoles “ser culpables del aumento de la drogadicción”, cuando la realidad es que a mayor demanda se produce más producción y son los países ricos y desarrollados los autores de esas demandas adictivas que se convierten en exigencias para que los productores incrementen su fabricación.
Sin embargo de todo, la coca, su producción, comercialización y consumo deja una enseñanza: si aumentaron los cultivadores es porque se incrementó la pobreza y, si no hay fuentes de empleo, por la desocupación se tiene que buscar modos y medios de vida. La “relocalización” de mineros en el año 1985, con motivo del decreto 21.060 que frenó el proceso hiperinflacionario, ocasionó que indemnizaciones y otros beneficios de mineros despedidos tengan dos rumbos: adquisición de bienes inmuebles en sitios aledaños a las ciudades o la compra de tierras en el Chapare para cultivo de cítricos y otros que fueron reemplazados, fácilmente, por cultivos de coca.
Quienes nos atribuyen culpas del aumento de la drogadicción se niegan a reconocer que la pobreza genera el mal y que ellos, los que tienen capitales financieros y tecnológicos, pudieron evitarlo invirtiendo en los países pobres para crear riqueza y generar empleo. Fácil resulta endosar las propias culpas a quienes no las tienen. La coca es, pues, causante de muchos males, pero resulta también una especie de “salvavidas” para los necesitados de trabajo, de conseguir el pan y el sustento para sus familias. ¿Cuándo se reconocerá verdades que castigan la conciencia de muchos?
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