Alfonso Crespo Rodas
III
Continuando con su discurso en la Liga de las Naciones, el delegado boliviano Carlos Víctor Aramayo dijo: “…La asamblea puede, pues, apreciar cuán profundo es el abismo que separa ambos puntos de vista y cuán apremiante es la necesidad de una influencia mediadora como la que la Sociedad de las Naciones está llamada a ejercitar. Es por esto que no llego a concebir que esta asamblea pueda lógicamente dudar de su competencia en la materia, pues tal actitud equivaldría a negar la razón de su propia existencia.
Debo oponerme formalmente a la moción del señor delegado de Chile y propongo que la demanda de Bolivia, junto con las objeciones chilenas, sean pasadas a una comisión; y protesto contra cualquier intento que se haga en sentido de precipitar una decisión antes de que esa comisión haya estudiado el caso y formulado su dictamen. He de advertir que al pronunciarse en esta forma, no pido a la asamblea que decida de inmediato sobre la competencia o incompetencia de la Liga; pero requiero que el asunto pase a una comisión que examine el punto de su competencia y emita su opinión.
Mi proposición está estrictamente de acuerdo con lo que dispone el reglamento de esta asamblea, según su artículo 4, párrafo 2, subpárrafo (e) y artículo 14, párrafo 2.
Y por último, señor presidente, séame permitido citar un corto párrafo del dictamen que ha emitido sobre este asunto el eminente jurisconsulto Raymond Poincaré: “Ninguna excepción de incompetencia puede oponerse a Bolivia, puesto que la competencia de la Liga de las Naciones se halla formalmente establecida por los artículos 3, 15 y 19. Tampoco podrían alegarse otras causales de improcedencia ni otro recurso de nulidad a la demanda, puesto que Chile, al adherirse a la Liga, aceptó el nombramiento de las comisiones previstas por el artículo 5 como medio permanente de investigación al servicio de la Liga”.
El discurso suscitó encomiásticos comentarios de la prensa europea y de los delegados a la asamblea, entre ellos el representante británico y el belga, que ponderaron la mesura del estilo y la lógica argumentación. El “Mercure de France” calificó el discurso como “pleno de moderación y dignidad”. El periódico inglés “The Queen” comentó: “El delegado de Bolivia subió a la tribuna y defendió a su país en un inglés admirable, expresándose con gran calma y sobriedad”. La reacción más halagüeña fue de Arthur Balfour, futuro primer ministro de Gran Bretaña: “Cuando un país menciona las injusticias que ha sufrido es que realmente las siente. Es nuestro deber investigar”.
Lástima que el buen efecto causado por el discurso de Aramayo fuera empañado por una exposición de veinte páginas y leída en español ante la asamblea, por el delegado Demetrio Canelas. Su intervención no estaba prevista y abrumó de tedio a los delegados. Como la hora era avanzada, el presidente decidió la postergación del debate.
No podría afirmarse que el discurso de Canelas influyó en sentido positivo o negativo en el resultado de la demanda, pero los delegados estuvieron unánimes en juzgar que esa inacabable pieza oratoria pudo haber sido omitida sin desmedro para la tesis boliviana.
Singular personaje, el señor Canelas. Discípulo de Daniel Salamanca y émulo de su integridad, falto de flexibilidad y confundiendo a veces tozudez con firmeza, sin mucha imaginación, mordaz en sus expresiones, Canelas no era precisamente un diplomático. En todo caso no era el diplomático que Bolivia requería en Ginebra, donde la forma y el estilo podían ser importantes. Mejor periodista que orador, poco gregario, suspicaz y de maneras algo bruscas, destilando sus palabras con delectación, su papel en las dos reuniones de la asamblea fue un ejercicio de patriotismo insobornable pero un poco agresivo. “Don Carlos, no hemos venido a recibir sonrisas, sino a defender a Bolivia”, reprochó una vez. Sin afectar la cortesía personal, la discrepancia de opiniones entre uno y otro era frecuente. Ambos intentaban defender al país, pero diferían en enfoque y temperamento.
En los días subsiguientes a la reunión del 7 de septiembre, Aramayo desplegó esfuerzos para obtener apoyo de diversas delegaciones, entre ellas las de Brasil, China, Rumania, España, Gran Bretaña, Canadá y Bélgica. Agustín Edwards tampoco anduvo inactivo. Hombre de mundo, dueño de una gran fortuna, hábil diplomático, Edwards buscó a Aramayo y le dijo que si la asamblea admitía su incompetencia para tratar la demanda boliviana, él se comprometía a ofrecer, públicamente, la iniciación inmediata de conversaciones amistosas entre los gobiernos de Santiago y La Paz, las mismas que “hasta podrían contemplar la cesión de un puerto a Bolivia”. La vieja treta.
Relata Aramayo: “Debí sonreír y recordar al señor Edwards la historia de nuestras conversaciones con Chile, que durante largos años no habían llegado a ningún resultado serio”. Tenía en mente las entrevistas del “Lackawana” y el incumplimiento de los acuerdos de 1895...
Como Edwards insistiera en que la gestión reivindicatoria boliviana “era una locura” y que Antofagasta había sido siempre chilena, pese a lo cual “había en Chile un grupo de hombres públicos numerosos e influyentes que buscaban con sinceridad la manera de satisfacer las aspiraciones bolivianas al puerto”, Aramayo contestó: “Los bolivianos tendríamos que olvidar toda la historia del siglo pasado para desvanecer el sentimiento de agravio y rencor que seguía agitando el corazón del pueblo”. El diálogo se detuvo allí. Pocos días después, Edwards visitó personalmente el local de la misión boliviana para invitar a Aramayo y Canelas a la conmemoración del aniversario patrio chileno, el 18 de septiembre. Ambos agradecieron la cortesía, pero no asistieron.
Tras múltiples consultas con las demás delegaciones, el presidente de la asamblea, Van Karnebeek informó a la misión boliviana que se designaría una comisión especial de juristas para tratar el problema.
De “Los Aramayo de Chichas”, Editorial Blume-Barcelona 1981.
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