La artista visual Paola Lambertín presenta una serie de trabajos que son producto de un recorrido por el área rural boliviano. Sus fotografías son testigos de un viaje en territorios que se ignoran o simplemente se desconocen, por esto EL DIARIO entrevistó a la joven artista para conocer este viaje de aprendizajes.
EL DIARIO (ED) ¿Cómo es que realiza este trabajo?
Paola Lambertín (PL).- Empecé trabajando con blanco y negro y haciendo fotografía documental en el 2004; después de mucho tiempo he vuelto a transitar por esos caminos. Por encargo de la Cruz Roja Suiza estuve viajando a distintas comunidades campesinas e indígenas, fotografiando escenas que hablen de las temáticas de salud, agua, medioambiente y organización social.
ED.- ¿Cómo inicia el viaje?
PL.- Empecé recorriendo el Chaco, es impresionante cómo de un lugar a otro pueden cambiar tanto las costumbres, las formas de vivir, las fisonomías y a la vez tener tantas similitudes. Mi primera imagen fue el paisaje chaqueño del que me enamoré. Encontré todo un placer visual en las espinas y la aridez, el entramado de los árboles secos que como textura visual, me resultaban fascinantes. En las comunidades visitaba las casas de los habitantes, sus cocinas, sus prácticas medicinales. Presencié una reunión de ex cautivos, cada vez más y mejor organizados que sesionaban en la que fue hacienda de su patrón. Después llegué a las comunidades de la Chiquitanía, pasamos de un chaco seco a lomas verdes. Me alojé en San Antonio de Lomerío, una comunidad con arquitectura típica de la región, pilares tallados de madera, aleros y fachadas pintados a mano con distintos tipos de motivos, desde tigres y flores, hasta simples randas geométricas. En estas comunidades entendí la importancia del curandero y la medicina tradicional.
ED.- ¿Cómo se sintió durante todo el viaje y los recorridos que hizo?
PL.- Soy muy sentimental y todas esas situaciones me emocionan demasiado, sé que si estaba en ese lugar era por trabajo, pero también, que si estaba viviendo esos momentos, era por la gente del lugar, por la calidad humana de los compañeros con los que viajaba, por la vida misma que pasa así.
ED.- ¿Cómo concluyó este viaje?
PL.- Terminamos el viaje yendo a comunidades de Potosí, pasando de cabecera de valle al altiplano y con mil percepciones, historias, cuestionamientos, sorpresas y sensaciones de cada lugar. Como fotógrafa mi intención era lograr imágenes que cuenten historias, retratar más allá de lo evidente que estaba viendo y viviendo. Para lograr esto no eran suficientes los criterios técnicos, ni compositivos. Si bien la luz es primordial para pensar la fotografía, entender y sentir el momento también lo es. Un viaje como este, representa para mí muchos desafíos, tanto físicos como mentales y emocionales. Confieso que fue duro para mí llegar a lugares donde no hay electricidad, ni agua potable y en algunos casos donde no hay espacios para dormir o donde los hábitos alimenticios son muy diferentes a los míos. Este apego a la comodidad, este vicio del confort, al principio me llegó a chocar, hasta que de verdad pude ver lo que estaba a mi alrededor, cuando conversé con la gente, cuando reí con ellos, cuando jugué con los niños, cuando me sorprendí del ser humano y vi toda esa solidaridad, esa fuerza para seguir luchando, esa fe en el futuro, el amor por sus hijos y por su tierra. No voy a negar que he visto una realidad dura, arduo trabajo, pésimas condiciones ambientales para producir, carencias de servicios básicos, poca remuneración en relación al esfuerzo; pero sobre todo he visto fuerza y actitudes nobles en gente sencilla, que hacen que me cuestione sobre la naturaleza humana.
Las palabras nunca han sido lo mío, por eso saco fotos, es mi manera de registrar lo que vivo y de entender lo que veo.
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