Primera parte
La siguiente es la sucesión de incitativas para que Bolivia ocupe Tacna y Arica, rompiendo la alianza defensiva pactada en 1873 con el Perú. Mariano Melgarejo recibió la propuesta del Ministro chileno (embajador) Vergara Albano de comprar el Litoral y lo propio escuchó su Secretario General, Mariano Donato Muñoz, bajo alternativa de sustituir la alianza con el Perú por otra chileno-boliviana, de modo que Santiago se apropie de Atacama (Bolivia) y Tarapacá (Perú) y Bolivia de Tacna y Arica, puerto éste natural del Altiplano. La oferta de compra demuestra el reconocimiento de la soberanía nacional sobre su litoral y contradice las versiones de algunos historiadores chilenos de que su territorio tenía límite en Caracoles o aun más al sur. La respuesta a dichas propuestas fue un rotundo rechazo.
Desatada la Guerra del Pacífico, Casimiro Corral, exiliado en Puno y enconado opositor a Hilarión Daza, fue apalabrado por el chileno Joaquín W. Martínez para ayudarle a derrocar a aquél, bajo condición de ejecutar la traición. Al mismo tiempo, Manuel Vicuña intentaba lo propio ante el Gobierno en La Paz sin mayor suerte. Daza recibió en Tacna sendas misivas en el mismo sentido, enviadas por su amigo chileno Justino Sotomayor, las que sin respuesta alguna terminaron en manos de Mariano Ignacio Prado, Presidente del Perú.
Luís Salinas Vega -a decir de Roberto Querejazu- exploró ante Daza los mismos criterios pragmáticos, siendo involuntario portador de la orden del presidente para que Gabriel René Moreno ponga en sus manos una propuesta subrepticia pero oficial del gobierno chileno sobre sus insistentes propuestas. Moreno, residente prestigioso en Santiago, se había negado en principio a los requerimientos del Canciller Alejandro Fierro, pero no pudo eludir la instrucción del Primer Mandatario de su país. Se trata de las famosas “Bases” de traición al aliado, con el señuelo de que Bolivia “regularice” su territorio por la anexión de Tacna y Arica. Aun en vísperas de la batalla de Alto de la Alianza, el Cnl. Lafaye, prisionero de guerra en Santiago fue liberado con idéntica misión.
El principal inspirador de la estrategia era el influyente Ministro del Interior, Domingo Santa María, después canciller y presidente, persuadido de poner un muro entre Chile y Perú, el cual era precisamente Bolivia. Después de la batalla de Tacna o Alto de la Alianza, Estados Unidos reunió a los beligerantes en conferencia para buscar de la paz, a bordo de la corbeta Lakawanna. Entre los tres representantes chilenos se encontraba el hábil negociador Eusebio Lillo. Su presencia no era otra que convencer a los representantes bolivianos “al margen de la conferencia, para reiterar la conveniencia de arreglo bilateral”, ampliado con la entrega de Moquegua -ya en poder de los chilenos- además de las otras dos provincias mencionadas. La Conferencia terminó con la advertencia de Chile de continuar la guerra hasta que sus objetivos sean satisfechos.
Santa María en carta al señor Sotomayor -especie de supervisor civil del Ejército chileno en campaña- le decía: “No olvidemos ni por un instante que no podemos ahogar a Bolivia… debemos procurarle por alguna parte un puerto suyo, una puerta de calle, que le permita entrar al interior sin zozobra, sin pedir venia. No podemos ni debemos matar a Bolivia…”. No se sabe hasta qué punto fueron sinceras sus palabras, pero no dejan de trasuntar algún grado de honestidad.
Similares conceptos pronunció el senador José Francisco Vergara en sesión de esa corporación en 1883, en relación con el plebiscito que debía definir la cuestión de Tacna y Arica conforme al Tratado de Ancón, asegurando que Chile no buscaba los dos territorios en disputa “para sí, sino para Bolivia, como prenda de una alianza sólida y necesaria”.
Una de las finalidades era comprometer a Bolivia contra un eventual revanchismo peruano, pero sobrevino un giro de timón debido a la personalidad impetuosa del Presidente José Manuel Balmaceda, para quien Tacna y Arica no debían ser sino avanzada de las conquistas obtenidas. A cambio optó por el potenciamiento bélico de la Armada y del Ejército. El designio del personaje importaba abandonar la idea de una Bolivia aliada para convertirla “en un satélite, por medio del dominio comercial”, secundado por el dogal sobre la aduana marítima boliviana como lo imponía el Pacto de Tregua de 4 de abril de 1884.
Balmaceda encontró una coyuntura en algunas apreciaciones indiscretas de Aniceto Arce relativas a la importancia de desarrollo que ofrecían las vías férreas, permitiéndole la coyuntura de “comprar” el Litoral boliviano, mas no siquiera en metálico, sino con un ferrocarril de Tacna y Arica a La Paz.
El autor es abogado y escritor.
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